Hch 15,22-31; Sal 56; Jn 15,12-17

Encanta que se celebre hoy a san Isidro, puro y simple labrador, asalariado en su trabajo. Ejemplo para nosotros de vida humilde y sencilla, escondida en el Señor. Con su gracia, ¿no podremos cualquiera de nosotros vivir también la amistad con él, escondidos en nuestra vida humilde y sencilla? ¿Necesitamos aspavientos?

En el mientras tanto, los apóstoles han resuelto el problema de la circuncisión y la incircuncisión, y lo hacen saber a la Iglesia extendida ya por no pocos lugares. Nosotros y el Espíritu Santo hemos decidido: así habla la Iglesia apostólica. Se suele denominar a esta reunión el Concilio de Jerusalén. Resolvió un problema acuciante. No sería el único. Ha habido nuevos problemas, nuevas discusiones, nuevas declaraciones: nosotros y el Espíritu Santo hemos decidido. Habrá más discusiones y declaraciones. La Iglesia es un organismo vivo, y bien vivo.

Juan, mientras tanto, sigue con lo suyo. Mandamiento único: que nos amemos unos a otros como yo os he amado. Hasta dar la vida por sus amigos. Y sus amigos somos nosotros. No sus siervos, sus esclavos, sino sus amigos. Lo sabemos todo de él, nos lo ha dicho todo sobre sí. Con nada se ha quedado para sí, todo lo que ha oído de su Padre, nos lo ha dado a conocer. Lo sabremos todo del Padre a través de él, cuando el día de Pentecostés nos envíe su Espíritu. Curioso, nunca dejaremos de ser vasijas de barro, pero el tesoro que llevamos dentro es el mismo tesoro de Dios. Tesoro de amor. Fuente de amor. En nuestra fragilidad, tan quebradiza, tan poca cosa, tan insegura, sin embargo, nos lo ha dado a conocer todo sobre su Padre.

Un conocimiento de amor. Y un conocimiento no sólo de doctrina, sino de amorosidad. Nos ha recreado así como seres de amorosidad. Lo éramos desde nuestro a imagen y semejanza con el que fuimos creados, pero con un libertarismo tan quebradizo que, en Adán y Eva, nos dejamos engañar por la serpiente: queríamos ser como dioses, queremos ser como dioses; plantarnos delante de Dios. Así nos fue. Así nos va. Pero, ahora, hemos sido añadidos a la cadena del amor. No por nuestro mérito —tonto sería pensarlo, tenemos experiencia de nosotros mismos, de nuestro ser tan perecedero—, sino por haber sido asociados como amigos a la muerte y resurrección de quien es nuestro amigo y da su vida por nosotros. ¿No daremos también nosotros nuestra vida por todos, los que son nosotros y, sobre todo, los que son ellos, los que se alejan de nosotros, los alejados del Señor?
Porque hemos sido elegidos para ello. No somos los electores, príncipes electores, sino los elegidos. Elegidos para que, como seres de amorosidad también nosotros, extendamos la cadena del amor en tantas personas y lugares en donde sólo existe la sangre de la violencia, la muerte de la guerra, el hambre, la inmisericordia, la pobreza, el odio, el mostrarse los puños unos a otros. Hemos sido elegidos, pues, para que también nosotros vayamos al mundo, a las tantas veces tinieblas del mundo, no para condenar, sino para ofrecerle la salvación del amor, cuya fuente es el Padre. Nuestro mensaje, nuestro ofrecimiento, nuestra vida, no puede ser más que de paz, de mansedumbre, de amor. No somos tontos ni lelos ni incautos ni ilusos, es verdad, pero el nuestro es mensaje de Amor. No siempre será fácil librar y vivir ese mensaje, es verdad, pero para eso hemos sido elegidos. Para eso recibiremos el Espíritu.