Poco ha avanzado la ciencia después del descubrimiento del botijo, todo son burdas copias de sus ventajas. El botijo conserva el agua fresca (después inventaron los frigoríficos), se puede transportar fácilmente (eso inspiró a los diseñadores de móviles o celulares), tiene dos tipos de salida de agua según sea por el pitorro grande o el chico (precursor de los grifos monomando) y su práctica asa hace que pueda colgarse en cualquier sitio (de ahí nacieron las páginas web, que se cuelgan también en cualquier sitio). ¡Qué agradecidos tenemos que estar al botijo! Tiene un defecto, es frágil. Tiene que ser de barro, no puede hacerse de metal o de fibra de vidrio, perdería sus características más importantes. Eso ha llevado a que vaya cayendo en desuso, aunque cuando llegamos a una casa que tiene en el patio un botijo a la sombra, es difícil resistirse a echar un trago. Pero los botijos se rompen.
“Hermanos: El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.” Es curioso como hemos asumido la presencia del divorcio, de los jóvenes que se juntan sin casarse y de tantas desviaciones en el plano matrimonial con una naturalidad asombrosa. Ya nadie se escandaliza cuando alguien te presenta a su tercera mujer. No hemos aceptado con la misma alegría los pecados de los sacerdotes (sin duda mucho peores si se puede hacer una clasificación de pecados). Eso viene que durante muchos años se ha valorado más el sacerdocio que el matrimonio, craso error, pero así ha sido. Todos somos como los botijos, nos podemos romper, pero llevamos dentro la gracia de un sacramento de la caridad que nos mueve a dar la vida entera, sea en el sacerdocio o en el matrimonio. El Señor conoce muy bien nuestra naturaleza, sabe que somos de barro, pero aún así confía en nosotros para darnos su gracia. Nos tienen que doler todos los pecados, los de los sacerdotes y los de los casados, todo son vidas rotas que rompen otras vidas. Los sacerdotes tendremos que hacer más penitencia, evitar toda ocasión de escándalo y de poner en peligro la gracia que hemos recibido y, sin duda, denunciar cualquier abuso que podamos ver a nuestro alrededor, por el bien del pecador, de sus víctimas, de la Iglesia y del mundo entero. Pero tampoco podemos callarnos ante los demás pecados, no podemos pactar con el ambiente reinante pensando que la vida es así. Al adúltero habrá que decirle que es un adúltero y al amancebado un amancebado, con mucho cariño, pero sin negarle la verdad. “El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.” “Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. » Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.”
Viendo el panorama puede parecer que todo está muy mal. Pero “nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.” Los pecados de los cristianos y, especialmente de los eclesiásticos, tienen que llevarnos a hacer más actos de reparación, a amar más, a unirnos íntimamente al corazón de Cristo, a luchar seriamente por nuestra santidad, a confiar cada día más en la justicia (de los hombres y de Dios). Nos tiene que llevar al convencimiento de nuestra fragilidad y, sólo entonces, cuando soy débil soy fuerte. Esta fuerza tan extraordinaria es de Dios y, aunque en la Iglesia tengamos que purgar los pecados de los que la formamos, no por ello nos desanimamos, pues es la fe en Aquel que lo hace todo nuevo lo que nos lleva a actuar: “Creí, por eso hablé”.
Dentro de poco vamos a comenzar un año de oración por los sacerdotes, no dejes pasar un día sin rezar por todos los sacerdotes y por toda la Iglesia. Ponle cara, la de tu párroco, el sacerdote que te casó, el que te dio la primera Comunión, la de tu Obispo, la del que esto escribe,… y ponnos en manos de María, la Madre del Amor Hermoso, para que conociendo nuestra fragilidad guardemos fresco el mensaje de Gracia que hemos recibido y podamos comunicarlo así a los hombres. Somos botijos ¿qué le vamos a hacer?.