Gn 21,5.8-20; Sal 114; Mt 9,1-8

La aventura de hoy parece una malaventura. La manera en que Abrahán despide a Haggar con su propio hijo, Ismael, anterior a Isaac, el de la promesa, el hijo de la ancianidad de Sara, cómo les abandona en el desierto con pan y un odre de agua, es espeluznante. A ese Abrahán, ciertamente, no queremos seguir. Ese comportamiento no es el de nuestro padre en la fe. Se deja llevar por las envidias. Comete un acto malvado. Pero bien es verdad que el Señor se apiada de la madre y el niño, abandonados con tal crueldad. Vela por ellos: Dios estaba con el muchacho. Ya vimos que hay dos Abrahanes, el padre de los que considera suyos, que defiende, por más que sea como etnia de la promesa, la herencia, junto a esa promesa, y nuestro padre en la fe. No es, pues, una novela ejemplar. Y, sin embargo, hasta de ella se sirve el Señor para que las cosas marchen como él busca, para que la malaventura se convierta también en una buena aventura.

Lloraron al Señor, y él les escuchó. Por más que no representaban a la promesa. Dios oyó la voz del niño. Como oye la voz de los injustamente abandonados, maltratados o muertos. El Señor está cerca. Aunque en el cielo, nunca ha sido ni es un Dios lejano. Dios siempre nos abre los ojos. Cuando el afligido invoca al Señor, sea quien sea, no importa la raza ni el color ni la edad ni la miseria, él lo escucha. ¿Sólo a los suyos? No, él no hace diferencia entre “los nuestros” y “los otros”. Él es Padre de todos, y su ángel acampa en medio de todos.

Jesús va a la otra orilla del lago —qué trajín con sus ires y venires, marcados siempre de significación—, a la región pagana de los gerasenos. No es tierra suya. No es gente de la promesa y la alianza. Son como Ismael, de otra raza y de otro pueblo. Son, pues, de entre “los otros”. No son de “los nuestros”. Para colmo están endemoniados. Tan furiosos que nadie pasaba por aquél camino. Pero ellos reconocen quién es Jesús. Sorprende que así sea. Mientras nosotros andamos con la pregunta a vueltas, ellos ya de primeras saben que algo quiere de ellos el Hijo de Dios. ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo? Porque los atormentadores, es decir, los demonios que han anegado a esos dos pobres hombres, se van a ver atormentados y con tormento preclaro: Id. Y, abandonando los cuerpos donde habían tomado posesión, salieron, metiéndose en los cerdos. Eso para los israelitas, y también para los hijos de Ismael, era la comida más ponzoñosa y prohibida; el signo seguro de que donde los hay no es tierra de promesa y de salvación, sino terreno del demonio. Para colmo la aventura de los dos endemoniados termina con los cerdos precipitándose por el acantilado y ahogándose en el agua. Tierra, así, purificada de la maldición del demonio. Lección para los habitantes de aquel pueblo, que ven como se les desbarata todo.

¡Qué quieres de nosotros! Que perdamos nuestros negocios si estos son acomodos de nuestra vida a lo que nos aleja del Señor. Porque los cerdos son una manera de ver cómo entonces llegó al centro mismo de sus escuchadores israelitas. La salida de nuestros demonios, cuando estamos endemoniados, poseídos por ellos, es hacia otros menesteres, hacia otros negocios prohibidos, porque son comida ponzoñosa y prohibida para nosotros. Dios o Mamón.