Gn 27,1-5.15-29; Sal 134; Mt 9,14-17

Acércate que te palpe. Qué sorpresa, ver cómo los caminos del Señor se amoldan al engaño y, en el caso de Judas Iscariote, a la traición. De todo y por todos los medios saca él la novedad de lo que busca y de lo que quiere. ¿Será que somos monigotes movidos de su mano? No lo creo. Más bien, sabe por completo cómo hacer de nuestros actos, de nuestros engaños, incluso de nuestras traiciones, ocasión para la gracia y la misericordia. Nunca nos deja de su mano, y ese dejar es para nuestro bien. Rige la historia, la que es, la que nos encontramos, la que construimos, pero sabe sacar en ella y de ella los elementos que nos llevan a ese más allá que nos promete y nos concede. Nos parecen caminos torcidos, qué decir, son caminos torcidos, pero que llevan derechos a nuestra salvación. La justicia de Dios no es la nuestra. Incluso, para él, lo que se basa en la injusticia, es ocasión de justicia. Pero una justicia superior; justicia que es amor. Amor de perdón. Que suscita en nosotros carne amante.

La transmisión de la herencia es por y para el hijo mayor. Pero, sin embargo, la herencia del Señor es la alianza y la promesa, no los bienes de este mundo, las tierras y las riquezas. Y el Señor elige lo pequeño, lo débil, lo segundón para realizar sus planes. Recordad la unción por Samuel del nuevo rey: Vete a Belén y allá encontrarás a Jesé y sus hijos, unge al que he elegido. Pasaron sus siete hijos. Tampoco este; ninguno de ellos era el elegido. ¿No quedan ya más muchachos? Todavía falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño. ¡Ese es David! Miró el Señor la humillación de su esclava, María, y a ella le hizo madre de su Hijo Jesús. La transmisión de la fe de los hijos de Abrahán no se hace por primogenituras, sino por el designio salvífico de misericordia y de gracia, que nunca es contrario a la justicia. Mis caminos no son vuestros caminos. Designio asombroso de salvación.

¿Es así injusto el Señor? No, al contrario, la suya es justicia en absoluta completud. Por eso, debemos alabar su nombre porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Porque él se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya. Nosotros leemos estos episodios como señales de lo que va a acontecer cuando se cumplan las Escrituras. Porque, finalmente, la lección de Señor estará en su Hijo Jesús, el Logos que tomó carne en María. Todo nos apunta a él. Todo lo que aconteció nos señalaba a él, para que, cuando llegara, entendiéramos en todo su resplandor los planes de Dios.

¿Ayunaremos? ¿Serán los ayunos y los cumplimientos, serán los derechos de primogenitura los que marquen el camino de nuestra salvación? ¿Estará Dios doblegado por ellos a ser, obligadamente, cumplidor exacto de esas normas o será libre por completo de elegir sus caminos, los mejores caminos para conseguir lo que busca: nuestra salvación? Asombrosa pregunta del Señor Dios: ¿No quedan ya más muchachos? Porque Dios nos aporta novedad creativa y alegría originaria. No guardaremos luto mientras el novio esté con nosotros. Ya llegarán días de quebranto, cuando nos sea arrebatado. Y nos la aporta para que, desde su asombrosa libertad, también nosotros seamos libres. Porque la fe nos hará libres. Una fe que es el portillo de la esperanza y del amor. Una libertad, pues, que nos hace ser carne amante.