Gn 32, 22-32; Salm 16, 1-8.15; Mateo 9, 32-38

El relato que hoy leemos en la primera lectura ha sido interpretado, tradicionalmente, como una enseñanza sobre la oración. Para rezar tenemos muchas dificultades y, por ello, quizás sea bueno darnos cuenta, como sugieren esta lectura, que no es algo fácil.

La lucha de Jacob la realiza en solitario. A veces rezamos en comunidad y otras veces lo hacemos solos, pero siempre hemos de estar implicados en la oración. El combate nos indica que hay que entrar en la oración con todas las fuerzas. El entendimiento, la voluntad, la memoria y los afectos han de implicarse en la oración. Nuestra oración no es siempre igual. Tampoco en una lucha uno realiza siempre los mismos movimientos. En cualquier caso hemos de saber que para rezar no basta con pensar cosas sino que, también, es necesario poner todo el corazón. A veces rezar quizás no sea más que decirle a Dios que le amamos o descansar en Él.

Señalan los maestros espirituales que es bueno sacar algo de cara rato de oración mental: un propósito, un afecto… Jacob le pide a la figura misteriosa con la que lucha que le bendiga. Después de una larga noche de combate no quiere irse de vacío. Todo rato de meditación es bueno que culmine en alguna resolución. No siempre tiene que ser un propósito. Es bueno darnos cuenta de que la oración nos ayuda a construir nuestra vida. Por eso el patriarca puede decir al final: “He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo”.

La oración no es algo separado de nuestra vida. Jacob ha tenido que decir su nombre. Es un signo de que lleva toda su vida ante Dios. Cuando rezamos colocamos lo que somos, en toda su realidad ante Dios. Jacob dice lo que sabe de sí mismo y se encuentra con que Dios le hace saber muchas más cosas: “Ya no te llamarás Jacob, sino Israel”. Sucede cuando nos ponemos en presencia de Dios que nuestra propia vida queda más iluminada. Podemos comprender los acontecimientos de nuestro pasado, asimilar situaciones que no entendemos o descubrir mejor lo que Dios espera de nosotros.

Hay quienes piensan que rezar aparta del mundo. El texto de hoy y la experiencia de la vida de la Iglesia muestran justamente lo contrario. Por la oración colocamos toda nuestra experiencia y nuestra vida bajo la mirada de Dios quien, a su vez, nos enseña a contemplarla con sus ojos. Por eso la oración nos ayuda a ver las cosas de una manera más profunda.

Que el Señor nos ayude a encontrar tiempo para rezar. Que la Virgen María nos eduque para queseamos hombres y mujeres de oración.