Ex 3, 1-6.9; Salm 102, 1-7; Mateo 11, 25-27

Nos cuesta la sencillez. Es uno de los dones que continuamente hay que pedir al Señor. Nos gusta sobresalir, que nos tengan en cuenta, tenerlo todo controlado, no pasar por estúpidos, mostrar nuestra valía… Jesús da gracias al Padre por los sencillos. A ellos es a los que Dios revela sus misterios, que permanecen ocultos a los sabios y entendidos de este mundo.

Este pasaje me recuerda aquel de los Magos cuando llegaron a Jerusalén. También los sabios convocados por Herodes conocían las profecías y el lugar en el que nacería el Mesías. Sin embargo, no entendieron nada. Su saber no era el de Dios. Conocían sin gustar interiormente y, por ello, no se pusieron en camino. No eran gente sencilla. Les gustaba la erudición que se obtiene de los libros y que los consideraran expertos y consultados, pero les faltaba esa obediencia a la verdad, propia de los humildes, que les habría conducido a Belén.

Dios se muestra revelándose. Eso significa que es Él quien se da a conocer. Una forma de desatender a la revelación es querer sorprender a Dios con nuestros conceptos, pretender aprisionarlo en nuestra sabiduría. La humildad, la pequeñez, incluye la capacidad para ser sorprendido por Dios. Dios se da a conocer en sus palabras, en la Iglesia y también en nuestra historia. No es suficiente con que Él hable sino que hay que estar dispuesto a escuchar. Con frecuencia pensamos que Dios no habla simplemente porque no oímos lo que nosotros teníamos previsto. Hay quienes se sitúan ante Dios como si fuera un eco. Lanzan su mensaje y esperan oírlo repetido. Si no sucede así piensan que Dios no ha dicho nada.

La técnica avanza buscando soluciones cada vez más sencillas a los retos que plantea la realidad. En muchos ámbitos de nuestra vida se tiende a simplificar todo. Toda nuestra vida ha de ser más sencilla. Ser complicados no nos ayuda en nada: ni en las relaciones sociales, ni en la comprensión de nosotros mismos, ni a escuchar a Dios.

El camino de sencillez conlleva capacidad de sorpresa. Moisés, leemos en la primera lectura, ve una zarza que arde sin consumirse. Acusa el fenómeno y se pone en camino para observar de cerca lo que no entiende. La sencillez hace que no nos cerremos en nosotros mismos pensando que nadie puede enseñarnos nada. Ante la zarza Moisés se mueve y allí Dios le habla. El gesto de descalzarse indica que no puede sostenerse sobre su propio fundamento sino que hay que arrodillarse ante Dios. Las sandalias pueden representar aquí nuestro orgullo, sea intelectual, social o económico.

Que la Virgen María nos ayude a descalzarnos para que podamos tener acceso a los misterios de amor que Dios quiere revelarnos.