El otro día estuve hablando con los arquitectos de la parroquia. Hay muchas cosas de las que hablar. Aunque la estructura básica y la disposición ya está concebida, ahora van quedando los detalles. Es importante hablarlo antes, darle muchas vueltas y, finalmente, tomar decisiones. Como dicen los arquitectos “el papel es barato”, lo malo de las obras es querer cambiar un muro, tirar una pared, poner una ventana, cuando ya has empezado las obras. El “ya que estamos” es peligrosísimo. Más vale cambiar quince veces los planos que no andar haciendo novedades mientras están trabajando, o dejarlo de manera que el siguiente párroco vuelva a cambiarlo todo (aunque hay algunos que no pueden resistirse, tienen “el mal de piedra” y nada más llegar a un sitio hacen obras).
“Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores. Celebraréis jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y retornará a su familia.” El jubileo judío que se celebraba cada cincuenta años hacía que cada uno recobrase sus posesiones o su libertad si la había perdido, no se podía trabajar la tierra durante ese año y se perdonaban todas las deudas. Este jubileo se vivió en Israel aproximadamente hasta la construcción del segundo templo, luego se perdió. Era un año de confianza plena en Dios, Él daba a cada uno lo suyo y devolvía a la familia al estado originario, era un volver a comenzar. El auténtico jubileo cristiano es el mismo Cristo. Él nos devuelve a nuestro estado original, nos reconcilia con Dios. Es un jubileo cristiano cada vez que nos confesamos, regresamos a la amistad con Dios que con nuestro pecado habíamos oscurecido. Gracias a Dios no hay que confesarse sólo cada cincuenta años. La fuente de la misericordia de Dios, abierta en el costado de Cristo en la cruz, es inagotable, por eso los cristianos andamos jubilosos todos los días. El cristiano está siempre en camino, en proyecto, puede hacer y rehacer su vida una y otra vez. Cuando lleguemos ante nuestro Padre Dios le presentaremos los planos definitivos de nuestra vida y Él construirá en nosotros, o decidiremos que queremos construir nuestra vida al margen de Dios, es decir, que no queremos construir nada.
“Oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes: -«Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él.»” A Herodes le corroía la culpa. El haber matado a Juan Bautista hacía ya no pudiese vivir con júbilo. Quien quita la vida (terroristas, asesinos, pseudomédicos o tiranos) no puede hacer nada por devolverla. Es el anti-júbilo. He conocido a algún asesino arrepentido y, aunque reciben el perdón de Dios, saben que nunca podrán devolver la vida a la persona asesinada. Las madres que abortan saben que nunca podrán volver a tener a ese hijo. Por eso, al que de verdad se arrepiente, toda su vida se convierte en expiación. Pero muchos deciden acallar la culpa, no pensar en eso y, por lo tanto, tampoco pensar en el perdón. Ocultándose tras ideologías, sentimentalismos o sinrazones pretenden que nadie les perdone pues nada hay que perdonar. Ellos sólo han servido a “la causa”, pero esa “causa” es tiránica y despótica, no perdona nunca, siempre pasa factura y lleva a la tristeza del alma y del cuerpo y es la puerta para la tristeza eterna. Herodes intentará encontrar que Juan Bautista se había “reencarnado” para evitar su propia culpa, pero el único que libera de la culpa y da el perdón es Jesucristo, y él lo tuvo delante y no lo reconoció.
Hoy sábado y comienzo de mes vamos a pedirle a nuestra Madre la Virgen que nos ayude a vivir jubilosos. A que este año renovemos nuestra práctica del sacramento de la Misericordia y así podamos vivir jubilosos. Hasta dentro de unas semanas, rezar por los sacerdotes.