Dt 10,12-22; Sal 147; Mt 17,22-27

El título, ¿es conveniente para un Dios de amor y de misericordia? ¿Mandamientos y más mandamientos?, ¿reglas y más reglas, al estilo de las que se exigían los fariseos a sí mismos y a los suyos? La lectura del Deuteronomio de hoy habla de que temamos al Señor nuestro Dios, entendiendo muy bien, claro es, en qué consiste ese temor, que nada tiene que ver con el miedo a un Dios justiciero e implacable. Que sigas sus caminos y le ames. ¿Cómo no, cuando sus caminos son de gracia y de misericordia? Sí es verdad que habla también de mandatos y de mandamientos, pero hasta estas son reglas de convivencia y de misericordia, con el prójimo, pero, sobre todo y en primer lugar, sobre Dios, el Señor que hizo los cielos y la tierra, quien se enamoró de nosotros. Son, pues, reglas de ese enamoramiento, el amor y de la elección con la que nos escogió. Habla de circuncisión, sí, pero del corazón. Dios de justicia para el huérfano y que ama al forastero. Un temor que ha de ser nuestro orgullo, pues somos de nuestro Dios. Un pueblo numeroso.

¿Qué haremos, pues, sino glorificar al Señor con el salmista, pues nos ha hecho habitar en la Jerusalén celeste, la ciudad nueva que baja del cielo? Porque nosotros somos herederos, en Cristo Jesús, de aquel pueblo elegido, el pueblo del que Dios se enamora. Y su palabra corre veloz por el universo entero. Palabra de gracia, de amor, de misericordia que se nos dona en el Hijo.

Por eso, la lectura del evangelio nos suena como una campana de catástrofe. Nos habla de que lo entregarán en manos de los hombres y mujeres sus enemigos, y de que lo matarán. Es verdad que todavía añade eso de que resucitará al tercer día. Pero ¿no será algo así como una glosa tardía para que no cunda el desánimo más pavorosos entre nosotros sus seguidores? Al oír estas palabras, nosotros, junto con sus discípulos, nos ponemos muy tristes. ¿Cómo es posible que así sea cuando todo parecía tan alegre, tan victorioso, lugar en donde podía cundir de una vez la felicidad?

¿Qué vienen a hacer acá los impuestos? Ay, tendremos que pagar impuesto tétrico por alcanzar esa felicidad tan maravillosa que acabamos de entrever en Cristo. Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros? El impuesto. Impuesto del templo, impuesto de los romanos. ¡Estamos exentos!, pero, para no dar mal ejemplo, ve al lago, echa el anzuelo y encontrarás en la boca del pez una moneda de plata, cógela y paga por ti y por mí.

¿Qué significa esta historia? ¿Un simple añadido para que no se pierda nada de lo que los discípulos recordaban de Jesús? No importa lo que ella signifique en el contexto de la realidad sociológica de Jesús, porque debe ser, también, y a la vez, algo que se nos dice en esa realidad tan alegre en la que estábamos. Debe hablar de la muerte que se anuncia, aunque también de la resurrección al tercer día. Porque todo lo que acontece con Jesús, sin dejar de estar inmerso en su realidad, está también expresando lo que es nuestra vida de seguimiento. También nosotros pagaremos tributo. Aunque sea fruto de un verdadero milagro. Aunque nosotros, amigos del novio, no lloraremos sino cuando se nos quite al novio y se le conduzca a la execración y a la muerte. ¡Menudo es el impuesto que se nos cobra, pero que él paga por nosotros, por ti y por mí!