Josué 3,7-10a.11.13-17; Sal 113; Mt 18,21-19,1

El Señor está también con Josué. No ha olvidado a los suyos ni les ha abandonado de su mano. El Señor nunca ha dejado de estar contigo, por más que algunas circunstancias parezcan apuntarlo. Y el solemne paso del Jordán se nos ofrece con Josué. El Señor está con él como estuvo antes con Moisés. No hay ruptura. No hay abandono. Un Dios vivo está en medio de nosotros. El arca de la alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán, y quienes la llevan lo atravesarán también ahora a pie enjuto, cono a aconteció en el Mar Rojo a la salida de la cautividad en busca del camino liberador. No se enlodarán en los barros de este mundo, porque el Señor está con su pueblo. Agua de bautismo que se remansa para que todos quepamos en ella. Fuente inagotable de nuestro caminar hacia Dios. Lugar del bautismo de Jesús. Lugar también de nuestro bautismo, porque todos somos bautizados en sus inmensas aguas arrecogidas. El Señor está contigo. El Señor está con nosotros. Nunca nos ha dejado de su mano.

¿Qué te pasa mar del mundo para que huyas de esta manera abriéndonos caminos de liberación? Vean todos, pues, que el Señor está con nosotros, porque hemos sido bautizados en Cristo. Saltad de alegría montes y colinas, pues no habéis sido olvidados, sino, al contrario, arrecogidos en la manos del Señor. Vuestro camino es de victoria. Sigamos el paso salvador de las aguas del bautismo, tras Jesús, que se sumergió en ella, mostrándonos el bautismo en agua y en Espíritu, con el que se nos ofrece de modo sacramental el ser mismo de Dios, la divinización de nuestra carne. Jesús se sumergió en la muerte para resucitar a la vida junto al Padre para siempre, con su misma carne de encarnación, carne divina, de manera que nosotros, sumergiéndonos con él en el agua del Jordán que nos limpia del pecado y de la muerte, resucitemos con él a la vida eterna. Tal es la esencia de nuestro caminar. El Señor está con nosotros.

Jesús en el evangelio nos da un muestrario de esos caminares nuestros. Perdonar como hemos sido perdonados. Perdonar, sí, está bien, pero ¿cuántas veces? Sin límite, con desmesura, como nosotros hemos sido perdonados, mucho más allá de lo que parecería conveniente. Porque nuestro Dios es un Dios de justicia, pero una justicia que es gracia amorosa. Justicia de Dios. Justicia con desmesura de Dios. Justicia, por tanto, que es pura misericordia.

Con esa paciencia infinita que el Señor Jesús tiene con nosotros, nos explica hasta dónde hemos sido perdonados hasta cuándo debemos perdonar nosotros. La infinita desmesura de los diez mil talentos, que se acerca a las cifras en que se maneja la crisis financiera, cifras que se salen de nuestra comprensión. Ten paciencia y te pagaré toda la deuda. Y su señor tuvo lástima, perdonándole toda la deuda. Más él mismo no tuvo lástima de quien, empleado como él, le debía una pequeñez, arrastrándole a la cárcel hasta que pagara. ¡Siervo malvado! Te perdoné porque me lo pediste, ¿no debías tú tener también compasión de tu compañero como yo la tuve contigo?

Cada cual perdonará de corazón a su hermano, como él mismo ha sido perdonado por el Padre del cielo. Precioso cuentecito de Jesús para que entendamos lo que quiere enseñarnos: lo nuestro es siempre perdonar, la misericordia, del mismo modo que lo del Padre, por el Hijo, es gracia.