Rt 1, 3-6.14b-16.22; Salm 145, 5-10; Mateo 22, 34-40.

En la primera lectura encontramos el inicio del libro de Rut. Se trata de una bella historia en la que se narra el amor de una nuera hacia su suegra. La familia de Elimelec sufre grandes desgracias. Hubo de abandonar su país a causa del hambre que asolaba su país y, en el extranjero, murió. También sus hijos perecieron al cabo de pocos años. La madre, Noemí, decide volver a su tierra. Vemos como, en un principio, las dos nueras, Orfá y Rut, deciden acompañarla. Sin embargo, una de ellas, la abandonará más adelante. Deja a su suegra animada por esta, que indica a las dos jóvenes que ya no tienen obligaciones para con ella y que les será más fácil rehacer sus vidas entre los suyos.

En la despedida de Orfá, haciendo una lectura alegórica, podemos ver nuestra falta de constancia en la práctica del bien. No es extraño que, en un principio, estemos muy decididos a realizar obras grandes. Sin embargo, perseverar en ese empeño no siempre nos es fácil y aprovechamos la primera oportunidad para abandonar. La actitud de Orfá es comprensible y, sin embargo, nos parece pequeña comparada con la de Rut. Decidió volver “a su pueblo y a su dios”. En esa expresión podemos leer la dificultad que a veces experimentamos para entregarnos totalmente y renunciar a lo propio.

El amor de Rut es más grande. Prefigura el primer mandamiento de que habla el evangelio de hoy. Rut no ama a medias a su suegra. La quiere de verdad y por eso decide unir su destino al suyo. Si leyéramos todo el libro, lo que queda impedido por la fiesta de mañana, veríamos que la abnegación de Rut queda recompensada. Es así porque Dios nunca se deja ganar en generosidad por el hombre. Toda su renuncia se convierte después en una gracia ya que es incorporada a un nuevo pueblo, encuentra un buen hombre con el que casarse y tiene un hijo. Su vida queda realizada de una manera mucho más plena que si hubiera elegido separarse de su suegra.

En la imagen de la primera lectura podemos ver un ejemplo del mandamiento del amor. Jesús nos recuerda que el amor a Dios va unido al amor al prójimo. Pretender servir a Dios desentendiéndonos de las personas que tenemos a Dios es engañarnos a nosotros mismos. Eso no es verdadero amor. Por otra parte, la historia de la primera lectura nos permite darnos cuenta de cómo el mandamiento del amor supone el verdadero bien del hombre. La alegoría de Rut nos indica que sólo viviendo según el precepto del amor que Jesús nos enseña alcanzamos la plenitud que deseamos. Puede surgir la tentación de buscar nuestra realización por otros medios, pero sólo amando, alcanzamos la plenitud para la que hemos sido llamados.