Jr 1, 17-19; Salm 70, 1-6.15-17; Marcos 6, 17-29

De vivir hoy Juan Bautista sería acusado de intransigente, retrógrado y no se sabe cuantas cosas más. Herodes no llegaría a asesinarlo porque los medios de comunicación lo habrían denigrado hasta tal punto que acercarse a él, aunque fuera para escupirle, resultaría infamante para quien lo hiciera. Quizás también sea por eso que nuestro santo vivió hace unos dos mil años.

En su martirio se juntan varias cosas. Por una parte tenemos que Herodes escuchaba con gusto a Juan y, probablemente, pensaba que tenía razón. Pero el corazón de Herodes no obedecía a su razón sino que estaba dominado por otras pasiones y ahí es donde interviene la bailarina y su madre, que a fin de cuentas es la que maneja los hilos. Lo de Herodes da mucha pena porque nos es fácil darnos cuenta que a nosotros nos puede suceder lo mismo. Veámoslo bien. Herodes respeta a Juan, al que incluso considera santo, pero se siente atraído por Herodías. En definitiva, quiere servir a dos amos o, por decirlo mejor, es un personaje desdoblado. Reconoce la santidad de Juan pero permanece en el pecado junto a Herodías. Sobre el papel parece que ambas posturas, contradictorias, pueden mantenerse, pero no es así. El fragmentamiento del hombre al final topa con la unidad y se resuelve en conflicto. Así fue que un día Herodes tuvo que elegir entre Juan y Herodías y esta ya lo había dispuesto todo.

Por otra parte, quizás Herodías pensaba que tenía derecho a rehacer su vida, y Herodes lo mismo. (¡Cuántas veces no hemos oído este argumento!) Y ahí aparece Juan que dice que eso no está bien. Y han de matarlo porque la voz de Juan se clava en la conciencia y exige los derechos de la verdad (ser atendida).

Sorprende también la manera como eliminan a Juan. Cuando leemos este relato no nos lo acabamos de creer. Todo empieza con una fiesta y, de repente, se convierte en una orgía de sangre. Pero ahí se muestra también lo que sucede cuando dejamos de vivir según la verdad y nos arrimamos al mal. Pensamos que lo controlamos todo (quizás así le sucedía a Herodes) y, finalmente todo se nos escapa de las manos. También hemos oído muchas veces la expresión “pero, ¡yo no quería eso!”.

El camino de bien se anda cada día y no se puede, como se dice en algún momento en el Antiguo Testamento, tener un pie en cada sendero. Herodes acaba cayendo en la trampa que él mismos se ha tendido. Porque era una trampa escuchar a Juan y permanecer junto a Herodías, al igual que lo era conocer la verdad e inventar cada día miles de excusas para no obedecerla. La trampa se acabó cerrando sobre sí mismo y Herodes cometió un crimen mayor que el que intentaba ocultar. Triste historia.

Pidámosle a Juan Bautista que nos ayude a ser fieles a la verdad a pesar de nuestra debilidad. Que nos conceda la gracia de conocernos a nosotros mismos y, en el camino de la santidad, aprovechar los bienes que Dios nos ofrece.