Hoy cuelgo tarde el comentario. Ayer me puse por la noche a ver una película sobre San Felipe Neri y, aunque sólo pensaba ver la mitad, acabé viéndola entera. Así que cuando a acabó a dormir y esta mañana a escribir. La película es una serie antigua, casi imposible de encontrar en castellano, que cuenta algunas anécdotas de la vida de San Felipe. Un santo desastrado, gracioso, ingenuo sin ser apocado y profundamente espiritual. De vez en cuando tiene unas “perlas” de frases que ayudan mucho a la vida espiritual en medio de la más absoluta normalidad. Es gracioso (la película se calificaba como comedia), el contraste entre San Felipe, con su desorden y sus dichos, frente ala seria figura de San Ignacio, Santa Teresa o San Juan de la Cruz, que aparecen en la película muy tiesos y rectos (se nota que la película es italiana). San Felipe aparece como el políticamente incorrecto, pero les une una amistad que nace de la unión con Dios.
“Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: -«¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?» Jesús les replicó: -« ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y les dio a sus compañeros.» Y añadió: -«El Hijo del hombre es señor del sábado.»” Hoy pongo el Evangelio entero, que es corto y así tengo que escribir menos. Lo de ser “Señor del sábado” lo hemos interpretado muchos días refiriéndonos a los días de fiesta, pero podemos darle una interpretación mucho más amplia: Si el Hijo del hombre es señor del día más santo, significa que es señor de toda la santidad, de todo lo que hacemos. En ocasiones hemos catalogado la santidad, esperamos de alguien (o de nosotros mismos), que para ser santo nos muestre cierto clichés, ciertas formas estandarizadas de ser. Sin embargo basta ver un poco la vida de la Iglesia para darnos cuenta que el Espíritu Santo rompe esos esquemas. Hoy celebramos a la entrañable beata Teresa de Calcuta. Para muchos ha sido una santa excepcional, en el sentido que era la excepción. Se la ensalzaba en vida muchas veces para mostrarla como un “bicho raro”. Hoy, que en su pobreza no ha dejado para sí ni sus pensamientos más íntimos que están publicados, sabemos que todas esas alabanzas la daban bastante igual. Pero al mundo (en le sentido de los mundanos), le preocupaba esa monjita bajita, arrugada y con aspecto débil. ¿Qué pasaría si todos los que creemos en Cristo nos diésemos cuenta de la pobreza del mundo, de la gran pobreza que es el pecado, como se daba cuenta esa mujer albanesa? ¿Qué ocurriría si cada cristiano no tuviese miedo a que le señalasen con el dedo por las “locuras” que puede hacer por amor a Cristo? ¿Cómo sería el mundo si tu y yo dejásemos de pensar en lo que los demás esperan de nosotros y sólo pensásemos en lo que Dios espera de nosotros? ¿qué testimonio daríamos si viviésemos todo eso en absoluta fidelidad a la Iglesia, en perfecta unión con el Papa, y con una intensa vida interior?. A veces queremos convertir a los santos en excepciones, en personas raras, para preservar nuestra “normalidad” sin darnos cuenta que entonces no dejamos que el Hijo del Hombre sea señor también del sábado. Mejor que yo lo dice San Pablo: “Antes estabais también vosotros alejados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, Dios os ha reconciliado para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia. La condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que escuchasteis”.
Seamos políticamente incorrectos y seamos espiritualmente correctos, es decir, que le digamos que sí al Espíritu Santo, siempre y en todo. Jamás nos apartará de la Iglesia pues nuestro sí a Dios es el sí de María que es Madre de la Iglesia. Seamos santos y no tengamos miedo a que nos llamen raros.