He querido titular hoy así el comentario en memoria del sacerdote Jesús Urteaga, que publicó un libro con ese nombre, y que intentó transmitir esa idea a través de su vida. Siempre alegres. Hemos comenzado el periodo de apuntar a los niños a catequesis de infancia. No es nada fácil para los padres el decidirse a apuntar a los niños a hacer la catequesis en un barracón (por dentro está mucho mejor, pero por fuera sigue pareciendo un barracón). A veces el cariño materno/paterno lleva a querer lo mejor para sus hijos y, en estos tiempos, se confunde lo mejor con lo que más luce. Es curioso que, en ocasiones, se inscriba a un niño a catequesis y se esté pensando en la celebración final con su foto correspondiente, eso indica lo mucho que tiene para algunos de “final”. Personalmente me da igual dónde se preparen para recibir a Cristo Eucaristía, lo que espero es que se preparen bien y el Señor pueda decirles “Dichosos” y no se le escape algún ¡Ay!.
“Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: -«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados…” Escuchamos hoy las bienaventuranzas y los ayes que nos transmite el Evangelio de San Lucas. El que no es dichoso, sufre. El Señor nos quiere siempre alegres, pero nuestra alegría no depende de lo que muchas veces llamamos bienestar o condiciones externas. Cualquiera que haya rozado (o se haya sumergido a fondo), en una depresión podría contarnos mucho mejor lo prescindibles que son las cosas. Como la auténtica felicidad tiene muy poco que ver con las condiciones exteriores. Nos hemos acostumbrado a esa frase de que “el dinero no da la felicidad,…pero ayuda (o la compra, según las versiones). La única alegría viene de Dios, que nos quiere en cualquier circunstancia, a pesar de nuestra pobreza (y muchas veces nos damos cuenta gracias a ella), que nos quiere a pesar de nuestras limitaciones, de nuestros pecados y de nuestras manías. Pero en ocasiones nos empeñamos en no creerlo. Nos aferramos a que los demás nos valoren siempre y en todo y nos olvidamos que “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.”
“Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.” San Pablo no puede ser más claro con los Colosenses, con todos nosotros. Seamos Cristo, dejemos a Cristo que nos haga suyos, y seremos realmente felices, aún en un barracón.
María es modelo de la Iglesia alegre pues es imagen perfecta de su Hijo. Que ella nos haga estar siempre alegres,