Nm 11, 25-29; Salm 18, 8-14; St 5, 1-6; Marcos 9, 38-43.45.47-48

La primera lectura y el Evangelio de hoy recogen una enseñanza que es de gran actualidad: no podemos constreñir la acción de Dios. Si bien la Iglesia es consciente de su papel de mediadora entre Dios y los hombres y verdadero signo de salvación, también es cierto que la acción de Dios no se limita a los caminos que nosotros conocemos. Dicho de otra manera: nadie puede atar al Espíritu que sopla donde y cuando quiere.

Tanto Josué como los apóstoles se extrañan de que alguien actúe en nombre de Dios sin pertenecer al grupo de los elegidos. La reacción inmediata es prohibir. Pero tanto Moisés como Jesús defienden a los que obran el bien. En la biografía de san Ignacio de Loyola hay un episodio curioso. Después de su conversión y habiendo peregrinado a Tierra Santa, va a Alcalá para estudiar en la Universidad. Allí comienza a comunicar a otros su experiencia espiritual e inicia un apostolado. Enseguida interviene la Inquisición, que acaba prohibiéndoselo. Por ese motivo se va a Salamanca donde le sucede algo parecido. Al final, viendo que no puede cumplir con su apostolado se traslada a París. Allí conocerá a los primeros compañeros de la futura Compañía de Jesús.

Existe una cautela lógica ante todo lo novedoso. En ese sentido, a la Iglesia le corresponde examinar los nuevos carismas que aparecen y comprobar si, verdaderamente, son inspirados por Dios. Distinta es nuestra actitud. A veces produce tristeza ver cómo los mismos católicos sentimos envidia o reticencia ante iniciativas apostólicas nacidas en el seno de la Iglesia y que están en plena comunión con ella. No todos hemos recibido las mismas gracias, pero debemos contemplar gozosos el bien que Dios, por múltiples caminos, obra en el mundo. No nos corresponde a nosotros cerrar los caminos que Dios abre. Al contrario, en la medida que podamos, debemos colaborar con todas las obras buenas. Dice Jesús: Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque seguís del Mesías no se quedará sin recompensa. Siempre me han impresionado esas personas anónimas que rezan y colaboran económicamente con múltiples obras apostólicas promovidas por diversas instituciones. Sin formar parte de ningún carisma concreto, viven en el corazón de la Iglesia.

La segunda parte del Evangelio de hoy es como el contrapunto a lo que hemos visto. Jesús, que ha defendido todo lo bueno que hay en el mundo como querido por Dios, nos exhorta a que estemos atentos al mal que hay en nosotros. Antes que dedicarse al estudio de la sociología eclesial, hay que entrar en el examen de conciencia. Y aquí Jesús es muy claro y radical. Por un lado, nos advierte del peligro de ser motivo de escándalo, es decir, de pérdida o enfriamiento de la fe en los otros. San Maximiliano María Kolbe, en unos Ejercicios Espirituales, se preguntaba cuántas vocaciones se habrían perdido para su congregación por culpa de sus pecados veniales. Por otra parte, nos invita a romper con todo lo que en nuestra vida pueda ser ocasión de pecado. La fuerza de las palabras del Señor nos indican que es una tarea que conviene tomarse muy en serio.