Ne 8, 1-4a.5-6.7b-12; Salm 18, 8-11; Lucas 10, 1-12

Este año está especialmente dedicado a pedir por los sacerdotes. El Papa ha recordado una frase del santo Cura de Ars que dice: “los sacerdotes son el amor del corazón de Jesús”. En el Evangelio escuchamos la llamada del Señor a que pidamos que no falten obreros que trabajen en la mies.

Sabemos de muchas diócesis en las que los seminarios pasan por grandes dificultades. Hay lugares del mundo en el que apenas hay sacerdotes. Faltan personas que consagren su vida al anuncio del evangelio y también son escasos los ministros del altar. La recepción de los sacramentos, especialmente los de la penitencia y Eucaristía, no siempre resultan fáciles para muchos fieles. Jesús nos llama la atención para que nos sintamos el deseo de que su amor sea conocido por todos los hombres y su salvación llegue a todo el mundo.

Lo primero, pues, es participar de los sentimientos de su corazón para sentir su mismo deseo ardiente. Un signo de nuestro amor a Dios es querer que sea conocido por todos los hombres. Así lo quería el santo Cura de Ars, quien desgastó su vida atendiendo a los fieles con largas horas de confesionario y dedicando mucho tiempo a la predicación.

Por otra parte, hoy la fiesta recuerda a santa Teresa del Niño Jesús. Esta santa carmelita, que también conoció las ansias de Cristo por acercarse a todos los hombres, es patrona de las misiones. La Iglesia le concedió ese título atendiendo a su preocupación por la difusión del evangelio. Desde la clausura trabajó por las misiones rezando y mortificándose. También estuvo muy unido a algunos misioneros a los que apadrinó espiritualmente. Y eso es lo segundo que podemos hacer: rezar para que no falten personas que se consagren, de manera especial, al anuncio del Reino.

En el Evangelio de hoy encontramos también algunas recomendaciones a los que son enviados. Tanto el mandato de permanecer en el lugar donde son acogidos como en la de abandonar los pueblos en que sean mal recibidos, podemos ver que se les invita a confiar plenamente en el Señor. El mandato misionero viene de Él y nosotros somos colaboradores. Ser recibido es suficiente para poder desempeñar la misión. En ese caso, ir de casa en casa, equivaldría a buscar nuestra propia comodidad o perderse en actividades innecesarias. Por otra parte, abandonar sin más cuando somos rechazados es también para darnos cuenta de que no se nos rechaza a nosotros sino al Evangelio. Si es así no tiene sentido demorarse en intentar caer simpático o buscar formar artificiosas de entrar. Quien tiene conciencia de su vocación aprende a discernir esas situaciones y puede descubrir cuando es el Evangelio, y no su persona separada de la misión, la que es bien recibida o no.