Ba 4, 5-12, 27-29; Salm 68, 33-37; Lucas 10, 17-24

En muchos lugares hay placas conmemorativas de inauguraciones u otros eventos. En ellas, junto al hecho recordado, figura el nombre de algunas personas ilustres relacionadas con aquel hecho o que, en aquel momento, ocupaban un cargo importante. En el Vaticano, incluso en la fachada de la Basílica de san Pedro, encontramos numerosos monumentos en los que se indica el nombre del Papa que encargó aquella obra. En las bodas los testigos firman el acta matrimonial y es un honor y un orgullo para ellos el poder hacerlo. Que el nombre de uno conste en un lugar relevante o aparezca unido a un hecho importante es bonito.

Jesús en el evangelio de hoy nos recuerda que hay algo mucho más hermoso y que, además, siempre es bueno. Jesús nos dice que nuestra alegría ha de ser saber que nuestros nombres están inscritos en el cielo. Si caemos en la cuenta, han sido inscritos allí antes de que nosotros llegáramos. En muchos lugares encontramos piedras o árboles con grabados en los que se dice “fulanito estuvo aquí”. Los apóstoles aún no habían llegado al cielo, pero sus nombres ya estaban allí inscritos. Es una indicación de que hay Alguien empeñado en que alcancen esa meta. Es como cuando asistes a un congreso o a una reunión que exigía comunicación previa. Te has inscrito con anterioridad y cuando vas allí te identificas. Pero, ¿Quién nos ha inscrito en el cielo? Es Jesús, y está esperando que nos identifiquemos un día delante de Él.

Después de la misión a la que habían sido enviados podían estar muy contentos. Habían expulsado demonios, curado enfermos y, a buen seguro, su predicación había sido un éxito. Tenían miles de anécdotas que referir y podían competir entre ellos comparando sus logros. Jesús no relativiza lo que han hecho, y que ha sido posible por su gracia. Sin embargo, les hace caer en la cuenta de que todo lo que han realizado se ordena a un fin más alto: la salvación de las almas. La salvación de la de cada uno de ellos y la de todos los hombres a los que han anunciado el evangelio. En el cielo nos identificaremos por las obras de caridad; por el amor que hayamos tenido a Dios y a nuestros hermanos. Esa será nuestra credencial. Porque Jesús ha inscrito nuestros nombres con su amor y estamos allí apuntados como adoradores y amantes de Dios.

Jesús indica a continuación, en una acción de gracias, que los misterios del Reino han sido revelados a la gente sencilla. Podemos ver en ellos los que no se glorían de sus obras sino que pueden decir, yo estoy aquí no por méritos propios sino porque alguien me ha invitado. El otro día fui a ver un partido de futbol. Entré en el estadio con el carné que me dejó un socio. En el cielo entramos todos con la identificación de Jesús. Los apóstoles obraron prodigios por el poder del Señor. Es ese mismo poder el que, a nosotros, nos permite hacer el bien.