“Nos sentó a mi madre cada una en una silla. Comenzó a pasear arriba y abajo mientras se tocaba la barbilla. En un momento se paró delante mía y me dijo: “Si yo fuera tu y estuviera delante mi padre me habría dado una buena”. Y sin mediar más palabra me dio un puñetazo en plena cara.” El comienzo de hoy es un poco escabroso, pero me lo contaba hace poco una chica de 15 años, el que estaba delante y la pegó era su padre (que había vuelto a verlas cuando años antes había echado de su casa a su mujer cuando se quedó embarazada). Si es difícil entender la violencia de los hijos contra los padres, pero siempre se puede achacar a la adolescencia, la falta de cabeza, los caprichos y el clima de histerismo que nos rodea, me parece mucho más incomprensible la violencia de los padres sobre los hijos. ¿Qué puede llevar a un hombre a maltratar a una criatura más pequeña, más débil y que, además, es su hija? Sin embargo ocurre, y mas veces de las que pensamos. ¿Qué sentirán? ¿Se creerán más hombres o reafirmarán su imbecilidad ante sí mismos?. Curiosamente los chicos y chicas maltratados que conozco siguen dándoles el nombre de “padre”, pero qué cuesta arriba se les hace rezar el padrenuestro hasta que llegan a perdonar, en ocasiones pasan años.
“A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.” El demonio se encarga en este mundo de que no miremos a Dios como Padre. Él es el padre de la hipocresía, de la mentira, del abandono. Es como el padre que pega a sus hijos. Y sin embargo abandonamos una y otra vez al Padre bueno del cielo y nos echamos en brazos del padre de la mentira, para que vuelva a darnos otro bofetón. Se suele hablar poco del diablo, o se habla de él como de algo folclórico, y en tanto en cuanto vamos olvidando la naturaleza de la maldad del diablo se nos va difuminando la paternidad y la providencia de Dios. Dios acaba siendo ese viejecito con barba y bata blanca, simpático y bonachón que tampoco es demasiado necesario, pues no tenemos miedo a nada ni a nadie.
“¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones.»” Jesús, que acaba de decirnos que temamos al que puede matar y después echar al infierno, nos dice ahora que no tengamos miedo. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. Justamente cuando nos damos cuenta que nuestra vida, nuestra eternidad, está en riesgo es cuando necesitamos del Padre, arrojarnos en sus brazos, confiar plenamente en Él y entonces huye el temor. El que está lejos de Dios debería temblar, pero los que intentamos, a pesar de nuestros olvidos y mala cabeza, nuestra fragilidad y nuestros pecados, volver otra vez al regazo de Dios Padre, vamos expulsando el temor para crecer en el amor.
Ir en la vida de la mano de María nos ayudará a evitar el lanzarnos en brazos del enemigo, nos ayudará a descubrir la providencia de un Padre, de un Dios, que más que darnos tortazos, los recibió por nosotros.