Ver crecer una parroquia desde cero es una alegría, mucho más si la parroquia va creciendo bien. No me refiero a las paredes y los muros, que seguimos en un barracón de chapa, sino en el número de personas que se acercan, que rezan, que se confiesan. Ayer acompañaba el tiempo y en las cuatro Misas hubo gente en la calle y el confesionario paró poco. Se han multiplicado por quince os niños que asisten a catequesis, esta semana comenzarán las catequesis de Confirmación y pondremos en marcha el grupo de Cáritas. Ver que la gente va respondiendo tiene el peligro de creer que lo estás haciendo bien. Tampoco es que lo esté haciendo garrafalmente mal (espero), pero cada día me doy cuenta que esto depende menos de mí y que me hace falta mucho que entregar al Señor que todavía me guardo. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. El éxito y los triunfos pueden ser muy peligrosos. El otro día me decía un sacerdote, con más razón que un santo, que han destrozado a más sacerdotes las alabanzas que las críticas.
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» El Evangelio de hoy nos habla de la codicia de los bienes, y de toda clase de codicia. Al igual que el hombre de la parábola después de almacenar su gran cosecha y hacer sus planes escucha la voz de Dios que le dice: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?» , podría decirnos Dios al final de nuestra vida: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Los aplausos, alabanzas, éxitos personales, ese puntito de soberbia,… ¿dónde se quedará?” Lo máximo será en una losa de mármol que al final se queda olvidada en algún cementerio.
Si tenemos que gloriarnos sólo podemos gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, lo otro es codicia de los sentidos. “Ante la promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación.” Por supuesto que Dios puede hacer grandes cosas por nosotros, pero son suyas. Nuestra fortaleza es la fortaleza de la fe. En la política o en las finanzas vemos cuán efímera es la gloria, el que hoy es aplaudido mañana es olvidado o despreciado. Lo nuestro no lo ponemos en manos de los hombres, sino que lo hacemos para mayor gloria de Dios. ¿Dónde se hacen mejor las cosas, en mi parroquia que se llena de niños y de gente joven hasta la calle o en un pueblo pequeñito de Zamora que asisten piadosamente dos viejecillas a Misa? Pues se harán donde se hagan con más amor. La fuerza de Dios se muestra en la debilidad.
“El Señor ha mirado la humillación de su esclava” Hoy pongo en manos de la Virgen, esas manos humildes pero fuertes en la fe, la labor de todos los sacerdotes, especialmente los de aquellos que parece que su tarea no es valorada ni reciben “recompensas” ni aplausos, pero que van gastando su vida por amor a Dios, al Evangelio y a la Iglesia. Rezar hoy por ellos también vosotros.