Da 7,2-14; Da 3,75-81; Lu 21,29-33

Las visiones del capítulo 7 del complejo libro de Daniel son fastuosas. Verdaderamente estamos en los tiempos últimos. Luego, finalizando el NT, veremos cómo el Apocalipsis retoma esas imágenes y visiones para hablarnos de los cielos nuevos y de la tierra nueva, de la Jerusalén celeste que baja desde el trono de Dios, de la liturgia celestial, de la cual la nuestra es imagen y signo. Nos adentramos, pues, en un terreno maravilloso de visiones. Visiones de los últimos tiempos. Tiempos de triunfo del Anciano vestido de blanco y del Hijo del hombre. Tiempos en los que se establecerá su reinado definitivo. Tiempos a los que nosotros estaremos asociados, por encima de todas las persecuciones de reinos sucesivos que llegarán al espacio político y, luego, veremos caer con nuestros ojos. Tiempo para el que se nos muestra un comportamiento ético. Tiempos últimos, tiempos de resistencia, porque, mirad, ya llega.

¿Cómo interpretar esas cuatro fieras tan espantosas?, ¿y su dominio? Hay un esencial efecto estético. Leemos esas páginas, sobre todo en tiempos de dureza, de persecución, en los que no parece haber expectativas, tiempos en los que vivir en-esperanza es cosa imposible, dura por demás, y comprendemos cómo la historia de los reinos está en las manos del Señor. Que no hemos sido abandonados a las gigantescas fieras que quieren dominarnos; que buscan acallarnos, dejándonos en el puro tembleque ante su fuerza imperiosa; que quieren corrompernos; que deciden quedarse con nosotros. Ellas pasarán, mirad, ya están pasando, mirad como desaparecen, meros azucarillos que se deshacen, su poder no era definitivo. Ellos así lo creían, y estuvieron a punto de convencernos, de modo que nos hubieran hecho suyos para siempre. Pero no, mirad, entre los cuatro cuernos nace uno pequeño que arrancó a los cuatro. Cuerno con ojos humanos que profería insolencias. Pero, no, mirad al Anciano en su trono de fuego, miles le sirven, millones están a sus órdenes. Seguí mirando, atraído por las insolencias que decía aquél cuerno, hasta que desapareció la fiera, arrojada al fuego.

Mirad, no tengáis miedo, pues el Señor vence y nos salva. Somos de los suyos, por la fe se hizo con nosotros, pasaremos angustias y persecuciones —individuales y comunitarias, no lo olvidemos—, pero, mirad, ya está llegando nuestra salvación —individual y comunitaria también—, el reinado del Anciano. Seguí mirando y vi venir una especie de hombre —vi venir al Hijo del hombre— entre las nubes del cielo. Vemos a Cristo que asciende al trono de su Padre, y a él se le dio honor, poder y reino. Y a él se acercarán todos los pueblos. Su poder es eterno, no acabará.

¿Por qué no habríamos de dar este sentido cristológico a las lecturas de Daniel?, ¿por qué, si no, han sido proclamadas en nuestra liturgia?, ¿no hablan también de nosotros y de nuestro Cristo?, ¿no se da cumplimiento en el nuevo testamento al antiguo?, ¿no es esa siempre nuestra lectura del AT? Y siempre quiere decir que no es cosa ni de hoy ni de ayer, sino que el NT se construye línea a línea como la completud del AT, el lugar, mejor, la persona, Cristo Jesús, en donde se realiza ese cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo.

¿Qué haremos, pues? Ensalzadlo siempre con himnos. Que nosotros y cuanto germina alabe al Señor. Que los seres todos le alaben, porque él es nuestra salvación y la suya. Somos fruto de su reinado. Mirad que ya llega. Mirad que su venida es definitiva. Ya está aquí, triunfante, para llevarnos.