Da 7,15-27; Da 3,82-87; Lu 21,34-36

Como a Daniel, también a nosotros nos agitan y turban las visiones de nuestra fantasía. ¿Quién nos explicará estas percepciones tan alborotadas? Esas cuatro fieras gigantescas son cuatro reinos. Cosa curiosa, e importante, es ver cómo las visiones se convierten en filosofía de la historia. Ese es su sentido, por más que sea una percepción escondida. Desde siempre se ha querido interpretar cuáles son esos y cómo se suceden unos a otros. Mas, seguramente, esas averiguanzas históricas no son lo más importante del mensaje de los apocalípticos como Daniel que miran a los tiempos últimos, sino la certeza, de parte de Dios, de que, finalmente, es su reinado quien ganará en esa lucha terrible, y de que seremos los santos los que recibamos el reino y lo poseamos por los siglos de los siglos.

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, decía Jesús al final del evangelio de ayer. Eso es lo definitivo. Que será su palabra, su mensaje, su reinado, el ganador de lo que acontezca en la historia. Lo que vivimos en-esperanza se nos convierte ya en un vivir en-realidad. Llegará el Anciano y hará justicia a los santos del Altísimo, comenzando el imperio de estos. ¿Qué?, ¿significa eso que los santos estableceremos aquí y ahora un reino en el que las autoridades seremos nosotros y que gobernaremos con las leyes y normas que son las nuestras, una verdadera teocracia, pues? No, claro que no. Dios nos libre. Esa sería, seguramente, la última fiera, la de los cuatro cuernos a la que le sale ese cuerno con ojos humanos que los liquida y se hace con todo el espacio.

Por eso, necesitaremos establecer un cuidadoso deslinde entre lo que es del César y lo que es de Dios. No podemos soñar en convertirnos en gobernadores civiles, ¡faltaría más!

Cuidad, nos vuelve a advertir Jesús, no sea que os quedéis pringados en la pegajosa preocupación por el dinero y vuestra mente se embote en el vicio, con lo que aquel día os llegará de repente, atrapándoos como un lazo de perdición. Estad vigilantes, siempre despiertos, pidiendo fuerzas para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre. Porque, mirad, ya está llegando a vosotros.

Terminamos de este modo el año litúrgico, con estos signos y señales de las visiones maravillosas que, al punto, nos llevan al consuelo del libro del Apocalipsis. El Señor se ha ido de nuestra vista, es verdad, lo buscamos con ansia, y lo encontramos en el vaso de agua que damos al sediento, en los que Jesús proclama bienaventurados, en el pan y el vino de la eucaristía, en la sacramentalidad de la carne, en la Iglesia que sale de su costado abierto. Nos deja en nuestra libertad, arropados con nuestra frágil fe en él, es verdad, con la certeza de que el Señor nunca nos ha de abandonar; mas una certeza en-esperanza. Deberemos desarrollar un modo de vida. Vida individual, sí, pero también vida social. Deberemos laborar en nuestros adentros; pero también en los afueras, en la sociedad en la que vivimos, en la que Dios mismo nos ha puesto, para que seamos sal y semilla de vida nueva. Nos deja, no a nuestro albur, es verdad, pero sí en nuestra libertad de hijos de Dios. Tenemos que inventarnos cómo vivir el reinado de Dios entre nosotros y en nuestro corazón, en espera de su segunda venida.
Mirad, ya llega, estad preparados.