Ya estamos de vuelta, la parroquia sigue adelante aunque ahora me he encontrado con un tropiezo, pero habrá que ver si la pared es más dura que nuestra cabeza. Esta semana se ha hablado muchísimo de los crucifijos, por el empeño que tienen algunos de quitarlos de las aulas (en los que queden, que no sé cuántos serán). La sociedad y los contertulios se han dividido en dos, los defensores del crucifijo y los que dicen que ofende. Unos y otros (o unos contra otros) han expuesto sus argumentos. Hoy me voy a meter con algunos de los que defienden el crucifijo (sí, con los que lo defienden, no me he equivocado). No me meteré con su fin, sino con sus argumentos.
Hemos escuchado a los contertulios decir que el crucifijo es aceptado mundialmente como un símbolo de paz, de concordia, de identidad occidental. ¡Qué símbolo ni que narices!
“En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.” Si tenemos que leer tanto nombre complicado hoy en el Evangelio es para situar el anuncio de Juan Bautista en el tiempo. Y Juan Bautista anuncia que todos “verán la salvación de Dios”. No anunciaba ni un símbolo, ni una imagen, ni una parábola. Anunció la salvación que traía Cristo, no la paz universal y el triunfo del esperanto. Eñ crucifijo no es un símbolo, es hacer presente mediante una imagen la realidad del hombre redimido de sus pecados, de la salvación que Cristo trae. Si quisiéramos anunciar la paz, la concordia y la identidad occidental haríamos mejor poniendo en las aulas una hoja de marihuana. Pero Cristo no es un símbolo, está vivo; es más, es el que vive y por Él vivimos nosotros. No es lo mismo un crucifijo que un Burka o que un simpático Hare-Krishna vestido de color azafrán. El crucifijo nos pone delante nuestra realidad de pecadores y nos abraza en la misericordia de Dios. Por eso a tantos les molesta, a los autosuficientes que quieren hacer su vida al margen del perdón y la misericordia, que no admiten su pecado, que rechazan a Dios pues les da grima el saberse queridos por Dios y lucharán hasta que lo quiten o lo vacíen de significado. Por eso los que convierten el crucifijo en un símbolo les están haciendo el juego.
No me importa que el crucifijo moleste, es más, debería molestarnos a todos. Si no fuese porque en él está clavada la salvación del mundo, porque el único motivo que Cristo tenía para subir a la cruz era el amor incondicional a cada uno de nosotros, sería la imagen de la tortura, la barbarie y la consecuencia del pecado.
“Y ésta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.” Cuando convertimos a Cristo en un símbolo vamos perdiendo sensibilidad y no ahondamos el misterio del amor de Dios. Se queda convertido en un souvenir, sin más connotaciones.
Juan Bautista anunciaba la salvación que estaba en medio de su pueblo y no se daba cuenta. Nosotros anunciamos, en este adviento, a Cristo que vuelve y la gente no se da cuenta. Anunciamos realidades, no deseos utópicos.
¿El crucifijo en la escuela? Claro que sí y ojalá no nos acostumbrásemos a verlo y nos molestase amar tan poco a quien nos quiere tanto. Al pie de la cruz estaba la Virgen, nuestra Madre, que ella nos ayude a no tener sólo el crucifijo colgado en la pared sino metido en lo más hondo de nuestro corazón. ¡ Viva San Nicolás! (Y los símbolos para el tráfico)