Espero que hoy os acordéis de uno de los promotores y el coordinador de estos comentarios. Seguramente hoy le operen para sacarle no una, ni dos, sino parece que cinco piedras del riñón y los diversos conductos adyacentes. Estoy por comprárselas y ya tengo media parroquia hecha. En serio, tener un recuerdo en vuestra oración para que todo salga bien. Es curioso como a la salud no le pedimos explicaciones. No nos preguntamos por qué unas piedras han decidido formarse en el riñón, o por qué el virus de la gripe me ha atacado, o por qué las células (tan pacíficas y sufridoras ellas habitualmente), se han vuelto cancerígenas. Podemos buscar causas, motivos, pero no nos enfadamos con nuestro sistema inmunológico. No estaría bien no hablarnos con nuestras plaquetas o intentar ignorar nuestro bulbo raquídeo. Buscamos causas y soluciones, pero no nos enfadamos con las enfermedades. En el fondo es porque son nuestras, porque cualquiera las puede tener y porque palpamos nuestra debilidad. A un fumador empedernido como yo se le podrá decir si algún día tengo cáncer de pulmón: “Ya te lo decía yo, tanto fumar…”, pero nadie escribirá una carta de protesta a mis alveolos pulmonares.
“En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: – «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»” A Jesús sí se le piden explicaciones. Hoy seguimos pidiendo explicaciones a Dios cuando nos pasa alguna desgracia o estamos enfermos. Tenemos muchas veces la extraña idea de que Dios es una especie de repartidor de desgracias. Y le pedimos explicaciones (incluso a veces le echamos la culpa), porque vemos a Dios como alguien lejano, distante. Es como el guardaespaldas que nos tiene que seguir, pero jamás le dejaremos comer en nuestra propia mesa y compartir nuestra vida. Una vez acabado el trabajo se va a su casa y yo a la mía.
El que -como decía San Agustín-, Dios está más cerca de nosotros que nosotros mismos, no nos lo acabamos de creer y por eso, como pensamos que Dios no está presente en nuestras crisis, enfermedades, dolencias, disgustos y penalidades le pedimos explicaciones. Por eso Jesús no responde directamente a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Les responde (como si fuese gallego) con otra pregunta, y su respuesta es la respuesta. Ellos no sabían de donde venía el bautismo de Juan y no se atrevían a manifestarse. Como tampoco saben de dónde viene Jesús (el Hijo de Dios encarnado), tampoco debían manifestarse en su contra.
Cuando comprendemos que la cercanía de Dios es tal que nos quiere siempre y nos quiere para la eternidad, que está con nosotros, santificándonos, siendo ricos o pobres, sanos o enfermos, entonces no le pedimos a Dios explicaciones. Simplemente vivimos la vida acompañados por Él. Autoridad tiene toda para hacer lo que quiere, y lo que quiere es padecer contigo, gozar contigo, estar contigo siempre. Entonces se entiende le libro de los Números: “oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto.” Los planes del Altísimo son nuestra salvación, el vivir con Él para siempre. ¿Le pedirás explicaciones por eso?.
Unidos a María tal vez no comprendamos los planes de Dios, pero sabremos que nunca nos deja solos. Aunque nos duela como unas piedras en el riñón.