Miq 5, 2-5a; Sal 79, 2ac.3b.15-16.18-19; Hb 10, 5-10; Lucas 1, 39-45

A las puertas del misterio de la Navidad, las lecturas de hoy nos ilustran sobre muchos temas relacionados con el Nacimiento. Miqueas señala el lugar del nacimiento: será Belén, la ciudad de David, pequeña en tamaño e importancia, pero llamada a ser la cuna del Salvador. Belén indica la actitud que hemos de tener ante el acontecimiento que se acerca: pequeñez. No deja de ser significativa esa alegría infantil con que muchas personas celebran estos días festivos. Tienen el candor de los niños. Es el espíritu de Belén: la sencillez, la humildad, el espíritu de servicio. Belén, al mismo tiempo, es signo del anonadamiento de Dios. Para salvarnos, Él se hace pequeño y sólo los pequeños serán capaces de reconocerlo.

La segunda lectura se refiere al realismo de la Encarnación. Jesús asume verdaderamente la naturaleza humana. Va a llevar a cabo la redención del hombre mediante su cuerpo, que será ofrecido en el altar de la Cruz. Muy pronto, en todas las iglesias y en nuestras casas, contemplaremos el cuerpo débil de un niño. Pero en ese cuerpo se va a cumplir el acontecimiento más grande de la historia: la salvación del hombre por el ofrecimiento del Hijo de Dios. Por eso dice: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

A su vez, el evangelio de este día habla de cómo María, tras recibir el anuncio del ángel, se va corriendo a ver a su prima Isabel. ¿Por qué lo hace? Tradicionalmente se ha insistido en el hecho de que acude para ayudar a Isabel, que se encuentra embarazada de seis meses. Es plausible e indica, a través de un gesto concreto, el espíritu de servicio que acompañó siempre a María. Pero, además, nos indica que María acude a la única que puede entender un poco lo que a ella le pasa. Isabel también ha experimentado la misericordia de Dios. Siendo de avanzada edad y estéril, va a dar a luz a Juan. María concibe virginalmente por obra del Espíritu Santo.

Parece muy lógico que la Virgen acuda a visitar a Isabel para compartir con ella las grandezas que Dios estaba obrando. Aquí nos enseña algo a todos nosotros, y es la importancia de compartir con los demás las gracias que Dios nos concede, ya tengan que ver con aspectos de la vida ordinaria, como con el progreso espiritual. De hecho, la costumbre navideña de enviar felicitaciones es un signo de este hecho. Cuando escribimos una felicitación lo hacemos para mostrar nuestra alegría por el nacimiento de Jesús y también para compartirlo con los demás. Produce en nosotros un efecto parecido al que narra Isabel: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”.

Juan Pablo II expresó la importancia de que los cristianos nos alegráramos con los bienes de los demás, especialmente los que se dan en el interior de la Iglesia. Compartir las cosas buenas nos ayuda a todos a confirmarnos en la fe. María no sólo acompañó a Isabel en un momento importante de su vida, sino que le llevó al Salvador. Ésta es también la clave de la auténtica caridad, que atiende no sólo a las necesidades físicas del prójimo sino también a las de su vida espiritual. Que María nos ayude a vivir intensamente las próximas fiestas navideñas con la misma pureza de corazón, fe y alegría que ella experimentó en el nacimiento de Jesús.