Misa de medianoche: Is 9, 1-3.5-6; Salm 95, 1-3.11-13; Tt 2, 11-14; Lucas 2,1-4
Misa del día: Is 52, 7-10; Salm 97, 1-6; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18

En Navidad celebramos la encarnación del Hijo de Dios. Es el misterio de su abajamiento. Jesucristo es el protagonista y nuestras miradas y corazones se dirigen a Él y querrían permanecer siempre con Él. Junto al Niño en Belén encontramos también a la Virgen María y a san José. A los tres encuentran los pastores en el portal cuando acuden solícitos después del anuncio del ángel. Nada es casual en la historia de la salvación. Dios lo ha dispuesto todo con sumo amor y cuidado. Por eso la presencia, junto al Niño, de san José y de María nos indica algo importante y hemos de fijarnos también en ello.

Dios se hace hombre. Es un misterio de amor. Con su entrada en el mundo sabemos que toda la esperanza del hombre puede cumplirse. Hay una vida nueva en el mundo, no sólo la de un niño más, sino la vida eterna de Dios en medio de nosotros. Nuestra vida ya no está llamada a moverse entre el hedonismo y la angustia. Ya no es necesario huir del presente buscando sensaciones ni agazaparse tras la tristeza esperando que todo acabe cuanto antes. La Vida eterna, y por lo tanto todas las virtualidades para la vida de cualquier persona, se ha hecho presente. Los mismos ángeles se ven acuciados a acudir ante ese milagro y cantan en presencia de los pastores. Están ahí porque quien descansa en el pesebre es Dios.

Junto al Niño están dos personas que lo acogen con amor. Corresponden al amor infinito que se hace pequeño los dos corazones más puros de los hombres. La Virgen María y san José adoran. Es la plenitud del amor. Es la primera vez en la historia en que se ama con absoluta gratuidad. No hay en esos corazones nada de amor referido a sí mismos. Aman al Verbo que les ama con corazón de carne. Hay dos posibilidades radicales en el mundo: adorar a Dios o adorarse a uno mismo. La Virgen y el carpintero de Nazaret aparecen como el modelo de que la felicidad del hombre se encuentra en la adoración de Dios. Responder con todo el afecto a Quien nos ama sin límite.

La Virgen y José están allí por el Niño y para Él. Se llenan de esa Vida que se nos ha mostrado y la custodian. La Virgen lo cubre con pañales, en signo de acogida, porque lo guarda en su corazón con todo su ser. José protege el misterio con su presencia para que nada se desvirtúe.

Quienes acuden al portal descubren al Niño entre estos dos magníficos personajes y entienden que Aquel es Dios porque los ven actuar. Es un misterio grande pero aquel Niño es divino sin dejar de ser hombre. La presencia de san José y de su Madre da testimonio. Que ellos nos enseñen a tratar con el Verbo humanado y nos guíen por el camino de su amor.