Nm 6, 22-27; Sal 66, 2-8; Ga 4, 4-7; Lucas 2, 16-21

Los Padres de la Iglesia al reflexionar sobre la figura de María se fijaron insistentemente en su paralelismo con Eva. De la primera mujer dijo Adán que sería la madre de los vivientes. Eva, sin embargo, pecó. La Virgen Inmaculada, por el contrario, es la Madre de Dios, y también mediante ella crece la Iglesia. Hoy celebramos su maternidad divina, en orden a la cual ella fue llena de gracias.

De Eva descendemos nosotros según la carne y nacemos heridos por el pecado original. A Través de María nos llega la sanación de ese pecado. Ella engendra al Autor de la Vida y también está en el origen de la vida espiritual de cada uno de nosotros.

Confesar la maternidad divina de María es importante por muchos motivos. Por una parte nos libra del error de considerar a Jesús como un ser ajeno a nosotros. Verdaderamente Él es Dios, pero también es totalmente hombre. Los textos del Evangelio, como el que hoy leemos en Misa, insisten en situar al Niño junto a la Madre. Así se nos enseña la importancia que ha de tener Santa María en nuestra vida espiritual. Ella es la Madre de Dios pero también Madre nuestra. Pablo VI, al finalizar el Concilio Vaticano II la proclamó Madre de la Iglesia.

También hoy se reza de una manera especial por la paz. Estamos en el inicio de un nuevo año y todos nos deseamos lo mejor para los próximos meses. San Agustín señala que el dinamismo que mueve a todas las personas y sociedades es la búsqueda de la paz. Incluso los que no tienen una mirada trascendente desean una paz en este mundo para poder gozar de sus bienes. Los que hemos conocido a Jesús sabemos que la verdadera paz la trae Él. Pero también deseamos la paz de este mundo, no como un fin en sí misma, sino como un bien para alcanzar la Paz de Dios. En la primera lectura, que recoge la bendición aaronita, también se pide que Dios nos conceda la paz. El mundo la necesita y también cada uno de nosotros.

En los últimos tiempos crece la advocación mariana que la designa como Reina de la paz. Me parece una denominación hermosa porque en ella se reconoce que la verdadera paz, que nos trae Jesucristo, nos va a llegar por mediación de su Madre. En su corazón habitaba esa paz, de la que su Hijo es Príncipe, según la profecía de Isaías. En su corazón nos guarda a todos nosotros. Refugiándonos en ella encontraremos la paz interior que necesitamos para vivir plenamente en fidelidad al Señor. Si entramos en su corazón seremos educados en la verdadera paz y encontraremos las fuerzas para vivir todos los días de este nuevo año en la gracia del Señor. Que Santa María interceda por nosotros y nos ayude a tener un Feliz Año Nuevo.