1Sam 4,1-11; Sal 43; Mc 1,40-45
Ayer vimos que Jesús, de amanecida, se iba al descampado a orar. Ahora, tras la acción de curar al leproso y la palabra de que no se lo dijera a nadie, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo. ¿Por qué? Se quedaba fuera, en descampado. Y, sin embargo, acudían a él de todas partes.
Es el leproso quien toma la iniciativa de venir a Jesús. Si quieres, puedes ser tú quien me limpie; se entiende, me purifiques de la mancha que marca y excluye a los leprosos de cualquier relación de proximidad con los hombres y de toda participación a los signos del acercamiento de Dios. Si quieres…, yo lo quiero. No hay momento de duda. ¿Palabra de cólera o de compasión? Puede traducirse de las dos maneras, nos dicen. En toda caso, carga emocional, signo de que Jesús es afectado en su cuerpo por la petición del leproso. Extiende la mano y toca el cuerpo del impuro. Asume sin restricción en el suyo el deseo de él. Si fuera cólera, ¿algo se resiste en Jesús? Mas en ningún caso repulsión instintiva hacia el leproso por parte de Jesús. El deseo común se realiza: en el mismo momento en que lo toca, la lepra desaparece. Mas Jesús se pone serio con el leproso curado; se diría que refunfuña. Un descontento, una contrariedad interior. Atención, no hables; en lugar de eso, preséntate al sacerdote y ofrece como purificación lo que indica la ley de Moisés. Sin necesidad de que pronuncie palabra, su cuerpo sano hablará por sí mismo, y el sacrificio ofrecido en el Templo publicará el acontecimiento en homenaje a Dios. El hecho de la curación, bien contrastada, deberá tener la resonancia de un acto excepcional de Dios.
En el si quieres…, yo lo quiero, el deseo de uno se ha apegado al del otro. Ambos deseos se han unificado. Yo he querido lo que tú querías, Ahora, tú debes querer lo que yo quiero: respeto por mi autonomía en la realización de mi proyecto. La verdad del deseo de Jesús quedaría amenazada si el leproso curado quedara focalizado en lo suyo. La palabra severa de Jesús debe despertarle a otra dimensión de sí mismo. Le hace depositario, pues, de un secreto introducido en el deseo del leproso curado, y de una misión, incitándole a que tenga con él una relación nueva: sujeto de escucha de la palabra de Jesús y de lo que se podrá decir en su silencio y en el lenguaje de los signos que realizará en el Templo, según la ley de Moisés. Deberá desplazarse en el espacio para llegar al Templo, lo cual se corresponderá con un desplazamiento y una apertura de su deseo. Pero este hombre, sin embargo, se queda en la verborrea de su propio deseo. Esta publicidad ofrece de Jesús una imagen de potencia ilimitada. Carácter excepcional del acontecimiento. Acuden a Jesús de todas partes. La locuacidad del leproso curado, sin embargo, atrae a todos hacia Jesús. Pero él se retira al descampado. Su imagen se substituye a su palabra. Jesús ya no tiene espacio en el que escapar de aquello que se espera de él, en donde se le aprisiona. Como si hubiéramos encontrado la satisfacción del deseo de haber encontrado al salvador que necesitábamos.
Cuando Marcos comience a hablar de fe, veremos que el leproso curado ha frustrado la ocasión de acceder a ella. Su encuentro con Jesús le ha sido provechoso, sí; pero no lo ha llevado a su remate.