Un profesor mío decía que la virtud está en el medio siempre que los extremos sean viciosos. Por ejemplo, la virtud de la templanza en la comida es no comer hasta el desmayo, ni quedarse sin comer hasta morirse de hambre. Sin embargo hay de otras virtudes que no hay término medio, la más clara es el amor, como dice San Agustín: “La medida del amor es el amar sin medida”. Sin embargo se puede amar mal. Hoy que hay tantos padres super-proteccionistas que no dejan que sus niños jueguen con otros no sea que les pase algo, no dejan que suspendan no sea que se traumaticen, no dejan que se equivoquen no sea que se frustren; y están dispuestos a pegarse con el mundo entero por defender a sus retoños de cualquier posible “peligro”. No por eso hay que tener miedo a amar, amar como Dios nos ama es fundamental en la vida, no se puede vivir sin amor sea uno célibe, casado, casable, viudo o un jovencillo.
“En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.” Sin duda su familia quería a Jesús. Después de tantos años verle trabajar día a día, ayudar a su madre, ser un tipo muy simpático y alegre (seguro); de pronto se marcha de casa y vuelve hecho un líder, un predicador y sanador, casi un rabino. No pueden menos que querer recuperar a “su” Jesús, al de siempre, al que conocían. No les apetecía compartirle con otros, por eso piensan que se ha vuelto loco.
En ocasiones nosotros también queremos mal. Tenemos un plan sobre nuestros hijos, nuestros amigos, nuestro cónyuge (A o B), nuestra parroquia e incluso sobre nuestra propia vida. Pero en ocasiones se cruza el Espíritu Santo por en medio y te cambia el rumbo de la vida. Cuando los padres se “rebelan” porque su hijo se ha ido al seminario, su hija a un convento o se ha casado con una persona que no les agrada del todo, no lo hacen por odio a la religión o por estar poseídos por un espíritu inmundo, simplemente es que quieren mucho a sus hijos, aunque le quieran mal. Es difícil convencerles de esto (“no conoceré a mi hijo y sabré lo que le conviene”), por eso mejor que apelar a su egoísmo deberíamos apelar a que sigan queriéndole y cuando le vean feliz se alegrarán ellos también. Un claro ejemplo de demasiado mal amor es el que cuenta G. K. Chesterton en su biografía de Santo Tomás de Aquino.
Sin embargo hoy también tenemos un ejemplo de amar mucho y bien. David llora la muerte de Saúl y Jonatán. Lo que podría parecer su victoria, el afianzarse en el trono y conseguir lo máximo que podía esperar un israelita, se convierte en su máxima pena: “David agarró sus vestiduras y las rasgó, y sus acompañantes hicieron lo mismo. Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor, por la casa de Israel, porque hablan muerto a espada. Y dijo David: «¡Ay, la flor de Israel, herida en tus alturas! ¡Cómo cayeron los valientes! Saúl y Jonatán, mis amigos queridos, ni vida ni muerte los pudo separar; más ágiles que águilas, más bravos que leones. Muchachas de Israel, llorad por Saúl, que os vestía de púrpura y de joyas, que enjoyaba con oro vuestros vestidos. ¡Cómo cayeron los valientes en medio del combate!»” Al igual que la muerte lleva a la tristeza de David lo normal del amor sin medida es alegrarnos de la vida de los demás, de alegrarnos de que conozcan el amor de Dios.
Así es el amor de Dios, sin medida, no se reservó ni a su propio Hijo. María es el eco perfecto del amor de Dios, también ella nos ayuda a descubrir lo insondable de lo que Dios nos ama. No queramos mal a Dios, estemos dispuestos a responder que sí con presteza.