Hoy hace un año que entramos en la estructura modular, caseta, barracón que tenemos por parroquia. Desde entonces han pasado muchas personas por aquí, de todo tipo, manera y condición. Gracias a Dios en esta parroquia se confiesa y se confiesa bastante. Por nuestro confesionario de cuarta mano han pasado pecadores nuevos, reincidentes, primerizos y recalcitrantes. También han pasado bastantes que hacía tiempo que no se confesaban e incluso ha habido algunas conversiones. La vida del converso no es fácil (acabo de terminar una novela del cardenal Newman en que relata su conversión y uno se pone sensible con estos temas). El que decide convertirse tiene que romper con muchos lazos de su antigua vida (los que no nos convertimos nunca solemos pactar con esos lazos), y afrontar su vida haciendo casi todo nuevo: la manera de relacionarse con su familia, con sus amigos, la forma de divertirse, la administración de su tiempo,…. Todo eso y aguantando muchas veces nuestra indiferencia de “cristianos viejos” que los miramos como extremistas o exaltados.
«En el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Yo pregunté: «¿Quién eres, Señor?» Me respondió: «Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.»» De este relato del primer paso de la conversión de San Pablo siempre me ha impresionado lo de “Saulo, Saulo”. Seguramente nosotros para llamar a nuestro perseguidor le diríamos: ¡Eh, tú, desgraciado! ¿Qué estás haciendo, majadero?” Sin embargo Jesús llama a sus perseguidores por su nombre, los conoce y no faltaríamos un ápice a la verdad si decimos que los quiere. Esto abre una perspectiva nueva. El converso no es el que se convence de una ideología, el que decide que ciertas ideas o cierta vida moral le viene mejor. El converso es el que es llamado y responde a esa llamada. El primer paso -como casi siempre, o siempre-, es de Dios. Y le llama por su nombre. No llama a a las masas ni la llamada es igual para cada uno. Y esa llamada es para todos, amigos y enemigos:«ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.»
Esa llamada a la conversión puede parecer más espectacular para quien parece lejos de Dios, incluso ha renegado de Él pública y notoriamente. Pero esa misma llamada a la conversión la recibimos tu y yo. Cuando esta mañana hemos levantado la pestaña y no hemos visto clarear el nuevo día pues aún no había amanecido, cuando hemos dado gracias a Dios por el día que tenemos por delante y le hemos ofrecido todas nuestras acciones, entonces Dios nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha dicho como a San Pablo: “El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate”. Y comenzamos así un nuevo día, un día de conversión.
hay que pedir mucho por la conversión de los pecadores y por la propia. Seríamos injustos si cada día de nuestra vida no pidiéramos por la conversión de los que tenemos más cerca, si pensásemos que sólo es tarea suya y no nuestra de clamar a Dios para que escuchen su voz.
Nuestra Madre la virgen nos afina el oído para que escuchemos la voz del Señor y nos volvamos a Él.