Jr 1, 4-5.17-19; Salm 70, 1-6.15.17; 1Co 12,31-13,13; Lucas 4, 21-30

Las palabras que Jesús pronuncia en la Sinagoga de Nazaret nos provocan un fuerte impacto. Jesús dice “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Jesús se refería a una profecía de Isaías que había leído justo antes. En él lo anunciado por el profeta se hacía presente y, no sólo para aquel momento, sino para siempre. Al decir “Hoy” Jesús también estaba diciendo “se cumple en mí”.

Yo lo entiendo así porque de otra manera no comprendo el estupor de todos los que le escuchaban. Y nos dice el Evangelio que “todos le expresaban su admiración y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”.
A menudo se han entendido las enseñanzas de la Iglesia como algo referido al futuro; un consuelo de una realidad que se nos dará más adelante y, por lo mismo, como insuficiente para el momento presente. Se ha entendido que la fe abstraía al hombre de la realidad. El Evangelio de hoy nos ayuda a resituarnos.

Estos días, conmocionados por la tragedia de Haití, hemos tenido noticia de muchas organizaciones formadas por católicos o nacidas en el seno de la Iglesia, que se han trasladado para acompañar a las víctimas. Junto a la ayuda concreta que hayan podido dar también estaba el testimonio de sus vidas. Es probable que muchos junto a los recursos materiales experimentaran también que algo más grande estaba sucediendo y percibieran, en el rostro del cooperante, la presencia de Jesucristo.

El “Hoy” de que Jesús nos habla nos coloca en la situación de entregarnos totalmente a Él, porque en su persona está la salvación y el sentido de nuestra vida. Cuando nos unimos a Él cada día tiene plenitud, porque participamos totalmente de su amor. En eso consiste el cristianismo: en estar con Jesucristo.

El Evangelio nos muestra también la actitud de quienes rechazan esa posibilidad. Se resisten a reconocer que puede pasar algo totalmente nuevo en sus vidas. De hecho, aceptar lo que Jesús dice significa recibirlo a Él. Jesús no sólo está hablando como un profeta, al igual que Isaías, sino que vincula el texto del Antiguo Testamento a su persona. El lenguaje no es abstracto ni tampoco indeterminado lo que se promete. Ahora todo se hace presente en una persona que está ante sus ojos.

Nosotros estamos en la misma situación. Se nos hace presente un Hoy que podemos recibir o rechazar. Podemos, humildemente, acogernos a la invitación del Señor o rechazarla. Quienes se apartan del Señor son capaces de poner argumentos, pero ellos mismos saben que son falaces. El problema está en el corazón. Es este el que decide mantenerse en el engaño o abrirse a la salvación. Constantemente percibimos en nuestra vida la necesidad de que suceda algo y se nos señala a la Iglesia y a Jesucristo como el lugar en que éste es posible. No lo desaprovechemos. Que la Virgen María venga en nuestra ayuda.