2S 15, 13-14.30; 16, 5-13ª; Salm 3, 2-7; Marcos 5, 1-20

Jesús cura a un endemoniado y los vecinos del lugar le ruegan que se marche. Resulta un tanto extraño. Algunos interpretes, desde una perspectiva económica, sugieren que aquellos ganaderos temieron por su negocio. Mejor que Jesús se vaya, porque nos va a dejar sin cerdos con los que ganarnos la vida. Suena extraño aunque puede ser. El caso es que, como en el evangelio de ayer, nos encontramos ante personas que rechazan la salvación y eso que se encuentran ante un milagro muy grande, espectacular.

Da la impresión de que los habitantes de aquella región veían al poseso como un mal menor, como el precio que hay que pagar para que la vida sea soportable. Por eso pienso que quizás temieron porque Jesús podía haber enfadado aún más al demonio. Me parece que esa lectura es posible. Todo el pueblo estaba sometido al demonio (por los pecados, por el miedo…), y les daba miedo enojarlo. De hecho, si los demonios acaban en el precipicio es porque ellos han pedido entrar en la piara de cerdos. Fue una postrera e inútil manifestación de su poder. Quizás los gírasenos temieron eso manifestación y eso les impidió reconocer el poder superior de Jesucristo: la victoria del bien sobre el mal.

Congar, un teólogo que gusta citar a quienes se consideran progresistas, señaló en un libro que por el testimonio de los misioneros sabíamos de muchos pueblos que vivían dominados por el diablo. Sea cual fuere el sentido exacto que pretendía con esa afirmación lo cierto es que se da una servidumbre hacia el mal. Esta puede conocer diversos niveles desde la omisión ante el mal que conocemos hasta la connivencia con el mismo. Si alguien actúa bien en contextos en los que domina el terror es fácil que se le pida que lo deje. Lo hemos visto en muchas películas y quizás también tengamos experiencias en ese sentido. Preferimos padecer un mal a enfrentarnos a la verdad de la liberación. Bajo ese mal sobrevivimos y vamos tirando adelante. Pensamos que reivindicar la justicia resultará peor.

Jesús trae la salvación radical. El endemoniado es signo del hombre dominado por el pecado. Si los cerdos acaban en el abismo es, dicen algunos Padres, porque ese es el destino del hombre que no es redimido por Jesucristo. Las palabras con las que el poseso se enfrenta a Jesucristo “¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes”, pueden ser leídas como nuestra reacción cuando el Señor nos pone ante la verdad de nuestra vida. La Salvación supone una transformación total de nuestra vida que conlleva también sacrificios y renuncias. El encuentro con el Señor produce la salvación pero no siempre es cómodo. Sin embargo, cuando abandonamos el territorio de los sepulcros, porque nacemos a la vida nueva, experimentamos entonces la misma alegría que experimento el hombre que había sido curado.

Que la Virgen María nos guíe para que siempre deseemos caminar en la verdad que se nos revela en Jesucristo.