Ml 3,1-4; Salm 23, 7.8.9.10; Heb 2,14-18; Lucas 2,22-40

La celebración de hoy es muy popular en algunos sitios. La liturgia prevé que la Misa se inicie con la bendición de las candelas. Hacen referencia a Jesucristo, luz de las naciones, pero también señalan que han de ayudarnos a nosotros a encontrarnos con Cristo. En ello insiste el prefacio de hoy: “llenos de alegría salimos al encuentro del Salvador”. Precisamente eso es lo que narra el evangelio respecto de Simeón y de Ana. Dos personas que esperaron pacientemente el encuentro con el Mesías y que fueron conducidos por el Espíritu Santo hacia Jesús.

Si por una parte todos nosotros caminamos hacia Él, también podemos decir que Jesús lo hace en dirección a nosotros. Al ir la templo, para cumplir con una prescripción de la ley mosaica, Jesús indica el valor de la ley antigua y, también, su fidelidad a ella. El Antiguo Testamento conducía a Jesucristo. De ahí ese detalle por parte del Señor al cumplir una ley a la que, como Dios, no estaba obligado. El primogénito era rescatado, ofreciendo en su lugar el sacrificio de algún animal. Así se recordaba cómo Dios se apiadó de los primogénitos israelitas cuando la salida de Egipto. Si hoy se une a su pueblo ofreciendo el rescate, en la pasión será Él quien se ofrezca en rescate por todos. Por eso esta fiesta de hoy apunta ya al misterio pascual.

El anciano Simeón anuncia los sufrimientos de Jesús, y asocia a ellos a su Madre, María. También la carta a los hebreos señala: Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella. Jesús, luz de las naciones realiza en su vida lo que estaba escondido en los libros de la Antigua Ley. Y, por la ofrenda que hará de su vida, será remedio eficaz para todos nosotros. De ahí también que Simeón lo señale como Luz para alumbrar las naciones.

La celebración nos invita a cuidar nuestro encuentro con el Señor. Por una parte nos hace pensar en todas esas personas que aguardan al Salvador y que aún no lo han reconocido. En una novela de Vintila Horia, un personaje exclama: “Esto no podía durar mucho tiempo. Nuestros sufrimientos tenían un límite y, si ese Dios existía, tenía que apiadarse de nuestras desgracias y hacernos una señal. O quizás ese silencio quisiera significar que Dios no existía. O que todo eso, los muertos, el infinito dolor, el infinito silencio, tenían un sentido que nuestra razón no podía captar”. También hoy muchas personas viven así y, sin saberlo, están esperando a Jesucristo. Es un buen momento para pedir por ellos.

Pero también hemos de unirnos a la acción de gracias de Simeón porque nosotros, gracias a la Iglesia, hemos conocido a Jesucristo. Sus palabras Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz nos invitan, entre otras cosas, a afrontar la vida diaria de una manera diferente, porque Jesús está con nosotros. Sabemos que si permanecemos con Él nuestra vida llegará a feliz término. Lo que expresa Simeón es lo que hoy sucede y será cumplido en la vida eterna.