2S 24, 2.9-17; Salm 31, 1-6; Marcos 6, 1-6

Para entender el pecado de David que relata la primera lectura de hoy es bueno recordar algunos hechos de su historia. David había sido elegido por Dios para que reinara en Israel. Samuel mismo había quedado sorprendido porque David era el menor de todos los hermanos y, cuando lo va a buscar el joven se encontraba cuidando el rebaño, tarea encomendada a los más débiles. Pero Dios conoce el interior de las personas y sus juicios no coinciden con los de los hombres. Después David, sin medios, pero sabiendo que el Señor luchaba a su lado, se enfrentó a Goliat, el gigante filisteo, y salió vencedor.

Estos dos episodios son suficientes para ver que David, en todo momento puede confiar en Dios. Además, él es monarca precisamente para que Israel no se aparte de Yahvéh. Pero la ambición le puede a este rey y decide hacer un censo para ver con que fuerza militar puede contar. Un gran ejército puede servir para acrecentar el reino y también para defenderse. En el contexto de la historia de David ese censo significaba también una falta de confianza en el Señor. Debía sentirse muy contento al saber que disponía de ochocientos mil hombres en edad militar, pero en seguida le sobreviene el remordimiento. Él sabe bien que ha actuado muy mal, porque ha desconfiado de Dios.

David comete grandes pecados, pero también tiene un corazón grande y por eso acepta el castigo que Dios le propone. Ahora sí que elige ponerse en manos de Dios y no caer en manos de los enemigos. Lo hace porque sabe que el Señor es misericordioso. En su confesión se nos hace más clara la gravedad de su pecado. Se había olvidado de la misericordia de Dios para con él y había querido medir sus propias fuerzas.

El ejemplo de lo sucedido con el rey es muy instructivo para todos nosotros. Tanto en lo humano como en la vida espiritual corremos constantemente el riesgo de querer fiarnos de nuestras propias fuerzas y olvidarnos de que todo lo podemos en el Señor. El Evangelio ilustra que muchas veces en nuestra vida no suceden cosas más grandes porque nos falta fe; esa fe que lleva a poner nuestra vida totalmente en manos de Dios. Entonces, como sucede con los habitantes de Nazaret, se quedan sin ver los milagros de Jesús. Nos fiamos de nuestras cualidades, de nuestra inteligencia, de nuestras relaciones, de nuestro dinero o de nuestra salud olvidando que nuestra historia es construida por la gracia de Dios. Él nos ha liberado del pecado y nos ha dado una vida nueva. Él quiere que nos abandonemos del todo en su misericordia para que pueda conducirnos a la vida eterna.

El salmo responsorial de hoy nos ofrece la posibilidad hermosa de reconocer ante Dios nuestras faltas e implorar su perdón.