1R 2, 1-4.10-12; Salm 1Cro 29,10-12; Marcos 6, 7-13

Al repasar la primera lectura de hoy he recordado una biografía que Graham Green escribió sobre Lord Rochester. Fue este un personaje bastante libertino pero, señalaba Green, no deseaba que su hijo siguiera sus pasos. Así, en las cartas a su hijo Rochester les encomiaba a vivir según la virtud e incluso le decía que rezaba por ello. Comenta Greene: “No son cartas de un hipócrita. No deseaba que su hijo viviera como él había vivido ni que pensara como él; deseba que su hijo creyera en Dios y no siguiera a su padre por la frialdad de un universo ateo”.
Muchas veces en los entierros que tengo que oficiar, y cada mes son unos cuantos, pienso en lo que aquellos difuntos, la mayoría gente de avanzada edad, hubiera deseado para las personas que ahora le lloran. Seguramente todos ellos les dirían que la verdad de la vida está en vivir como Jesús nos ha enseñado. Y quizás les dirían que aunque ellos no siempre lo han cumplido en su vida saben que eso es lo mejor para cualquier persona y, porque los ama, se lo dice. Ante la muerte pensamos las cosas en lo que tienen de definitivo. Supongo que sólo alguien que tenga un corazón muy pequeño sería capaz de centrarse en cosas efímeras. La muerte nos coloca ante lo eterno.
El rey David, en su lecho de muerte habla con su hijo Salomón. Eso también me lleva a pensar en la importancia de poder conservar la conciencia hasta el final. Visitando enfermos muchas veces los he encontrado inconscientes de manera innecesaria. Aunque vayan a morir y sufran seguro que les gustaría despedirse de sus seres queridos y quizás arreglar algunas cosas temporales y también su conciencia. No siempre se tiene eso en cuenta. Hay que mitigar el dolor a lo máximo, pero también hay que intentar mantener la conciencia de los pacientes.

¿Qué le dice David a su hijo? Básicamente le recuerda que guarde los preceptos de Dios y le sea fiel. Le pide que observe la ley de Moisés. Es un gran testamento, pronunciado por una persona que pecó en diversas ocasiones y que también se arrepintió. En el umbral de la muerte David le recuerda a su hijo lo esencial. No le da normas concretas de gobierno, sino que le enseña a medirse ante el Señor obedeciéndole en todo. David ahora va a presentarse ante Dios y quiere que su hijo viva siempre ante ese Dios que lo va a recibir con misericordia.

Lo que es válido en el momento de la muerte es válido para toda la vida. Por eso también la muerte de otras personas nos permite juzgar sobre la verdad de nuestra vida. Al meditar sobre esta lectura he pensado qué le diría a alguien en el momento de mi muerte y me he dado cuenta de que debo ordenar mi vida según ese mensaje.