Si 47, 2-13; Salm 17, 31.47-51; Marcos 6, 14-29

Con el martirio Juan completa su vida en la tierra. Él era la voz que preparaba la llegada de la Palabra. Le seccionaron el cuello para que no hablara más, porque con sus palabras ponía a los hombres ante la verdad de su conciencia. Herodías lo aborrecía por ello y Herodes, aunque lo respetaba, no era capaz de amar lo que Juan enseñaba. Reconocía en él a un hombre santo, pero no quería para sí la santidad que veía. Por eso al final accede a que lo maten.

Pensando en Herodes caemos en la cuenta de esa extraña posibilidad de enquistarnos en el mal al tiempo que admiramos la santidad de otros. Pero quien no rompe radicalmente con el mal acaba destruyendo lo que en él queda de bien. Qué importante es adherirse a la verdad conocida y hacerlo sin contemplaciones. ¿Por qué Herodes mandó encarcelar a Juan? ¿por qué intentamos autoengañarnos y combatimos contra nuestra conciencia para deformarla?

Por otra parte el evangelio nos muestra una cadena de pecados. Herodes mantiene una relación adúltera y acaba ordenando un asesinato. Herodes, como también podemos ver, era un hombre sensual. Por eso una la simple danza de una bailarina puede llevarle a ofrecerle lo que quiera. Es un hombre abocado al placer de los sentidos. Y estos se llevan bastante mal con la razón. Normalmente, si no hay una disciplina, una ascesis que nos ayude a tratar adecuadamente las cosas, la razón lleva las de perder en los enfrentamientos. Los sentidos son más toscos, pero arrastran. La danza de la hija de Herodías obnubiló la mente del rey y lo colocó al borde de una pendiente. Después bastaba con un leve empujón para que todo se desmoronara.

Por eso también podemos entender que aquí se nos invita a luchar por mantener la unidad de vida. Herodes actúa contra su conciencia para no quedar mal ante sus invitados. La opinión pública puede más que las exigencias de la conciencia. Toda su vida era una farsa. De nada le servía admirar a Juan, salvo para aumentar la malicia de su crimen.

Como Herodes también nosotros podemos entrar en callejones que parecen sin salida sino abrimos nuestro corazón a Dios y estamos dispuestos a vivir siempre según su Palabra. Se me ocurre que es importante contrastar nuestra conciencia, en el examen de conciencia, con lo que nos enseña la Iglesia y, cuando descubrimos algo que está mal, intentar corregir de inmediato ese defecto. Si no, los pecados nos van encadenando y nos conducen a situaciones cada vez peores aunque, como Herodes, intentemos disculparnos diciendo que sabemos dónde está la verdad y que admiramos a los hombres y mujeres santos.