1Re 3, 4-13; Salm 118, 9-14; Marcos 6, 30-34

El hombre tiene derecho al descanso. Es necesario para la salud física y psíquica. Es cierto que hay personas que casi prescinden de él y, sin embargo, siguen siendo productivos. Por regla general los santos son gente que se agota en su entrega. Aprovechan el tiempo al máximo y su deseo de donarse, a imitación de Jesucristo, les supone un gran descanso. Pero el descanso es necesario. El evangelio habla de ello en varias ocasiones y en contextos distintos. Así, por ejemplo, Jesús se sienta para descansar antes del encuentro con la samaritana. También ahora el Señor toma la iniciativa y aconseja a sus discípulos que reposen un poco.

En nuestra sociedad en general podemos descansar, en el sentido habitual del término. Las jornadas laborales, habitualmente, no se extienden más allá de las ocho horas y, prácticamente todo el mundo, dispone de un día o dos a la semana para sí. Con todo hay personas que no miden sus fuerzas y se agotan en exceso. Pero en general sucede lo contrario. Vivimos en una sociedad que tiende a ser del ocio después de haber pasado, o como consecuencia, del consumo.

Por eso, de las muchas lecturas que se pueden hacer de este evangelio hay una que hoy me parece oportuna. La idea de Jesús con los apóstoles era una especie de merienda en el campo, una rusticatio, un picnic, pero la cosa se fastidia cuando llegan a la orilla, porque las multitudes se han adelantado y están esperándolos. Entonces la caridad del corazón de Jesús reorganiza los planes: se acabó el descanso y hay que enseñar a la multitud que son como ovejas sin pastor.

Los clásicos conocían una virtud que denominaron eutrapelia. Esta consiste en la moderación en el juego y el descanso. La eutrapelia nos aleja del relajo y evita el exceso de diversión. No era el caso de los apóstoles pero, pensando en nosotros, quizás nos divertimos demasiado. Mientras los apóstoles no son capaces de pensar en sí mismos, en nuestro mundo se ha impuesto el criterio de “priorizarse”, que a la pata llana significa ponerse uno y sus intereses por delante de todo.

El Evangelio de hoy nos recuerda que el descanso y la diversión también han de venir moderados por la caridad. Pasárselo bien es bueno, pero no de tal manera que nos distraigamos de la realidad. Las carmelitas tienen su tiempo de recreo y sin él no sé si sería posible vivir en un convento. Pero el recreo no es su vida. Pasárselo lo mejor posible parece el criterio de nuestro mundo, aunque más bien se dibuja como la falsa alternativa para quienes desconocen la caridad. Lo primero es el amor, que ordena el descanso y la distracción, pero que nunca deja de amar.