Es la una de la mañana, silencio en torno. Escribo a estas horas porque en Cuaresma hemos decidido tener la parroquia abierta la noche de los viernes a los sábados, de 12 de la noche a 8 de la mañana. Mañana lunes me iré de Ejercicios Espirituales y no quiero estar pendiente cada día de escribir los comentario y tampoco sé si tendré conexión a Internet. Ahora hay 8 personas ante el Santísimo expuesto en el altar. Desde mi despacho veo toda la Iglesia y el Señor al fondo. Allí está, para nosotros. En una estructura modular (como siempre, leer barracón), en medio de un barrio de grandes casas y empresas está el que hizo cielos y tierra escondido en la Eucaristía. Él esta, otros, muchos, casi todos, están durmiendo; pero Él está. Dios está siempre, aunque nosotros no estemos o no queramos estar. Se comprometió a quedarse con nosotros todos los días hasta el fin del mundo y ahí está. Dios cumple sus promesas.
“Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se calan de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.” Es la Transfiguración, Jesús nos muestra su cuerpo glorioso, lo que será nuestro cuerpo. Los apóstoles dormidos no se enteraban (al menos yo sigo sin enterarme), pero están viendo la gloria de Dios, sus promesas cumplidas. El tema de conversación no era muy agradable, la muerte en Jerusalén; pero de esa muerte viene la victoria. El pacto de Dios con Abran era sólo pro un pueblo y una tierra (ya es bastante), pero el nuevo pacto de Dios es para redimir a toda la humanidad. Abran también se duerme y es Dios quien, Él solo, sella el pacto. Nosotros poco podemos hacer para satisfacer a Dios, pero él nos ofrece la visión de la nueva humanidad.
Pero, ¡Ay!, nosotros seguimos como dormidos, no nos damos cuenta, nos queremos guardar la salvación para nosotros solos. Nos ponemos a plantar tiendas (individuales y con vistas al mar), y no nos damos cuenta de la nueva realidad. Y nos extraña que en el mundo siga habiendo personas que “andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas.” Hace cuatro días se ha aprobado en España una nueva ley del aborto, se puede matar de forma gratuita y libre. Tal vez otro día hagan otra ley de la eutanasia para acabar con las enfermedades no deseadas, o de la libertad de eliminar al cónyuge A o B si molesta demasiado (eso sí, sin obligar a nadie a cargarse a la/el parienta/e). Cualquier cosa es posible. Pero como ni yo ni nadie de mi casa piensa abortar ahora hay que preocuparse del vendaval del sábado. Pero aunque a nosotros nos cueste Dios cumple. No podemos vivir ignorando el mundo, tenemos que vivir como “ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos”. Y esto no podemos callárnoslo, se nos tiene que notar que somos hijos de Dios. No se trata de hacer cosas raras, se trata de dejar patente que lo raro es el que, después que Dios hace y cumple sus promesas en Jesucristo, sigue viviendo como si no hubiera pasado nada. Tanta gente se esconde de la salvación de Dios, quiere negar la realidad de la condición de ser amado de Dios, que acaban asqueados del mundo y de la humanidad. No podemos dejarles en su nausea, tenemos el deber de enseñarles lo hermoso de la vida, de cada vida. Todas las semanas escucho vidas de chicos y chicas que están bajo la esclavitud de la droga, que han sido golpeados, violados, humillas. vejados y despreciados. Y sin embargo su vida es hermosa, son amados de Dios, muchas veces especialmente amados, y su futuro no lo marca su pasado. Tampoco el tuyo, un pasado de tibieza puede dejar paso a un futuro apasionado por Cristo.
La Virgen no estuvo en la transfiguración, no hacía falta. Ella sabe que en ese Hijo que sostendrá en sus brazos y que parecía gusano y no hombre, estaba nuestra nueva realidad. Que ella nos ayude a colaborar con Dios en que sus promesas sean conocidas y todos podamos decir: Dios cumple.
Nos vemos mañana, dentro de una hora.