Ya son las dos de la mañana. Estamos cuatro en la parroquia, unos se han ido, otros han venido. El Señor sigue. Compruebo con tristeza que los enlaces a las lecturas de la Misa no funcionan, así que me he tenido que agarrar al leccionario. Me imagino que muchos conocéis la Virgen del Pilar de Zaragoza. En la catedral venden unas cintas de distintos colores que llaman “la medida” pues su tamaño es el que tiene la imagen de la Virgen. Los aragoneses y muchos más españoles, solemos llevarla en los vehículos (coches, motos, bicicletas, carritos de bebé, etc.), para recordarnos la compañía de la Virgen. Es una cinta pequeña, como la imagen de nuestra Madre de Zaragoza. La medida es pequeña, la Virgen es grande.
“La medida que uséis la usarán con vosotros”. Un sacerdote amigo mío y yo solemos decir que nos vamos haciendo mayores pues cada día nos cuesta más murmurar (ejercicio eclesial sano donde los haya). Y no es por falta de colmillo que seguimos teniéndolo retorcido, sino que cada día (al menos a mi), me cuesta más juzgar. ¿Qué se yo de los designios de Dios cuando he visto tantas maravillas que hace? ¿Quién soy yo para decir si este es bueno o es malo? Podré mirar mi vida y ver lo lejos que estoy de lo que Dios quiere de mí, pero aún así podré decir: “Aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor nuestro Dios es compasivo y perdona.”
A algunos les encantaría ver a la Iglesia permanentemente juzgando, dando con el báculo a diestro y siniestro, y la tachan de tibia. Otros ven a la Iglesia como un tribunal que juzga y condena todo, y la tachan de integrista. Curiosamente muchas veces el que tacha a la Iglesia de tibia suele llevar una vida tibia y sólo habla de la Iglesia para criticarla en sus ambientes. Curiosamente también el que tacha a la Iglesia de integrista suele ser el que juzga todo y a todos (ahora se ponen a hacer blogs que es la manera de criticar a todos y que se note). En definitiva, ponemos nuestra medida encima de la mesa y a quien no da la talla: leña al mono que es de goma.
Ojalá tuviéramos todos una falta de juicio (sin estar locos), y dejásemos el juicio a Dios. ¿Quién sería capaz de decir que alguien debería condenarse? Si alguien tiene tanto odio en el corazón debería hacer un fuerte examen de conciencia. El Señor no nos trata como merecen nuestros pecados, aunque nosotros sí nos maltratamos. Sin embargo Dios es tan grande como su misericordia. estoy convencido que, si por misericordia de Dios, llegamos al cielo veremos a muchos que no esperábamos allí, que por nosotros se hubieran condenado. Por eso Dios se reserva el juicio, nosotros seríamos insoportables.
Pero ya hay que practicar en esta vida: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzará misericordia”. Si esta cuaresma conseguimos juzgar menos y amar y rezar más será un gran logro.
Nuestra medida, la del Pilar, pequeñita y del tamaño del corazón de la Virgen.