Con sorna comentaba alguien que los católicos lo teníamos fácil porque podíamos pecar y después confesarnos. Lo cierto es que Chesterton estaba muy contento al entrar en la Iglesia porque todos sus pecados quedaban borrados y era como empezar de nuevo. Cuando nos bautizamos o nos confesamos debidamente todas nuestras faltas desaparecen y eso es maravilloso. No es una excusa para pecar de nuevo sintiéndonos impunes sino la oportunidad de vivir en otra dimensión, la de la gracia.

Mucha gente vive demonizada por su pasado. Le pesa su historia y el lamento por el comportamiento anterior lastra su existencia. Vivir atormentado es un desastre. Pero, para que sea posible un reinicio radical precisamos de la misericordia divina. De ello nos habla la primera lectura de hoy. Dios, a través de su profeta, nos anuncia que va a crear algo nuevo. De esa manera el dolor y el luto del pasado se trastocarán en alegría perpetua y gozo. En el camino de la Cuaresma este anuncio nos anima a seguir adelante.

Quiero fijarme en un dato: es Dios el que crea algo nuevo. Muchas veces queremos cambiar, pero nos olvidamos de que es Dios quien nos transforma. Así muchos desean reorientar su vida, pero pretender hacerlo con sus propias fuerzas. O se ven abocados al fracaso o su proyecto es aún peor que la vida que pretenden abandonar. Se perdonan a sí mismos, pero no dejan que Dios les perdone. Hay algo en el perdón de Dios que, con frecuencia, no consideramos. Al perdonarme Dios me da algo que es la gracia. No me coloca ante mis propias fuerzas y me abandona para que emprenda mi proyecto, sino que Él se une a mí con todo su amor y, por tanto, me coloca en una dimensión nueva, me reintroduce en su historia de salvación de la que yo quería desentenderme con mis acciones del pasado. Ser perdonado es ser reincorporado a un plan: el del amor de Dios.

En las palabras del profeta hay también una llamada a Israel para que sea fiel al Señor y se deje conducir por Él. Se anuncia lo nuevo a lo que Israel ha de llegar por un camino de fidelidad. Para nosotros eso consiste en secundar la gracia. Si resulta maravilloso que Dios nos perdone las culpas no lo es menos el saber que el camina a nuestro lado y que nos espera en la bienaventuranza eterna. De ahí que como señala el salmo, el hombre que se sabe perdonado por Dios irrumpe en la alabanza. La alabanza no es el grito de un momento de exaltación sino una vida dedicada a Dios, a su gloria. La gracia hace resplandecer en nosotros la vida divina y nuestro comportamiento, según la caridad, la muestra ante el mundo y es su alabanza.