Se acerca la Pascua y, en esas fechas tan solemnes para el pueblo de Israel, las autoridades religiosas toman una determinación: matar a Jesús. Como siempre hay una trampa en su argumentación y una excusa. Dicen que es mejor que perezca un hombre por todo el pueblo, que no poner en peligro a todos. Su argumentación es humana, porque están pensando en los romanos. Creen que la figura del Señor puede indisponerlos con el pueblo que los domina. Sin darse cuenta, sin embargo, afirman algo verdadero, ya que por el sacrificio de Jesucristo va a venir la salvación para todos los hombres. Así señala el evangelista que Caifás profetizó.

San Bernardo escribió: “para iluminar a los hijos de los hombres, el más bello de los hijos de los hombres debe quedar oscurecido en su pasión y aceptar la ignominia de la cruz”. Es una verdad que quizás pensamos poco y de cuyo olvido provienen grandes males. La salvación de los hombres, la posibilidad de vivir santamente y de realizar obras buenas, nos viene del sacrificio de Cristo. Sin él no hay esperanza para los hombres.

Pero no deja de ser sorprendente como Dios dispone las cosas. Mientras los hombres nos empeñamos en apartarlo de nuestra vida, Él reordena las decisiones, el curso de la historia, en nuestro bien. Es cierto que cada cual será juzgado por sus actos concretos, pero el bien de la humanidad by la posibilidad efectiva de salvación, nos llega porque Dios se sirve del pecado para salvarnos. Mientras los sumos sacerdotes planean prenderlo para ejecutarlo, Jesús se prepara para entregar su vida inocente y así salvar a los hombres. Nada puede al amor de Dios.

Porque la historia tiene un sentido. Por eso aparecen las profecías, en las que Dios anticipa su voluntad salvífica y los bienes que va a traer a su pueblo. La primera lectura de hoy es preciosa por el anuncio de esperanza que contiene. No sólo anuncia que librará a su pueblo de todo mal sino que avisa de una nueva alianza, la que será sellada con la sangre de Jesucristo.

Cada día podemos participar de la celebración de la Eucaristía. En ella se actualiza el sacrificio de Jesucristo en la Cruz. Podemos participar de Él contemplando estupefactos que da su vida por nosotros, que somos unos miserables pecadores. Al participar de ella comprendemos que no deseamos que Jesús desaparezca del horizonte de nuestras vidas sino que, por el contrario, lo deseamos más cerca si cabe. Cristo no es una carga; siempre es una liberación. Con Él junto a nosotros, por la admirable comunión, vemos realizadas, de alguna manera y en nuestras vidas, todas las maravillas anunciadas por el profeta Ezequiel.