¿A qué se refiere el ‘esto’? Ciertamente a repetir haciendo memoria de la cena que este Jueves Santo Jesús compartió con sus discípulos. Cena que fue anticipación del sacrificio en la cruz, por lo que este pan y este vino son su cuerpo y su sangre que se nos dan como alimento de gracia y redención. Perder de vista el que Cristo se nos ofreció en sacrificio, de que su entrega y muerte fueron sacrificiales significa no entender nada de lo que fue su vida ni su muerte. Deberíamos saltarnos los escritos de san Pablo y todos los paulinos. Deberíamos borrar con piedra pómez la carta a los Hebreos. Deberíamos olvidar que por su muerte en cruz Dios Padre, en su misericordia, nos ha redimido del pecado y de la muerte. De que murió por nosotros. Mas el ‘esto’ tiene también otra vertiente de referencia, que hagamos lo que él hace, lo que él hizo en la última cena: lavar los pies de sus discípulos. ¿Entendéis esto? Pedro, como siempre, se entromete. Señor, ¿lavarme tú los pies a mí? No me los lavarás jamás. Si no te lavo nada tienes que ver conmigo. Porque el gesto de este sacrificio es el lavatorio de los pies. ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Nosotros tenemos que hacer el ‘esto’ que él hace con nosotros. No son cosas disyuntas, sino dos vertientes de un mismo ser. Ayuntadas en un solo acto. Redimidos del pecado y de la muerte por su sacrificio en la cruz, quedamos sueltos para, como él, lavar los pies a todos los que necesitan de nosotros, los caminantes, los pobres, los necesitados, los enfermos, los murientes, los pecadores.

Porque nosotros, desde hoy, pues celebramos el sacrificio litúrgico de lo que mañana acontecerá en la cruz, somos ahora las manos del Señor. Porque cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, proclamamos para los demás la muerte del Señor hasta que el vuelva al final de los tiempos. Este es el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna, como nos ha dicho la oración colecta. No, lo que acá comemos y bebemos no es para nuestro pingüe engorde como si fuéramos terneros cebones, sino para regalarlo a los demás haciéndonos nosotros embajadores del sacrifico de la cruz. ¿Y cómo lo haremos? Cuando tras la celebración del misterio de la cruz, lavemos los pies y las manos y la boca y las heridas y el hambre y el sufrimiento, con los gestos de gracia y de misericordia que el Señor pone en nuestras manos.

Un lavamiento del que hayamos quitado el haced memoria de esto, es decir, de la muerte salvadora en la cruz, no es suficiente. Es querer dejar ls cosas en nuestras manos, como si fuéramos nosotros también diosecillos. Como si cupiera en nuestras manos la redención. No, así, nuestra redención no terminaría siendo sino llamada a la esclavitud, de manera que seamos nosotros los amos. En ningún caso redención del pecado y de la muerte. Esto sólo Dios Padre nos lo concede, y lo hace a través de la carne crucificada de su Hijo. Quien nació del vientre de María, ahora muere en la cruz y, según la tradición más piadosa, es recogido de nuevo en su regazo antes de ponerlo en la tumba. Misterio de la carne. Misterio de su carne.

Es decisivo comprender lo que es la sacramentalidad de la carne. Sacramento del pan y del vino.