Porque vivir en-esperanza se nos ha convertido hoy en un modo de ser. No una manera esperanzada de estarse, alegre, confiada. Qué poco. Se termina pronto. Apenas si dura. Lanzada bestial al costado de Cristo muerto, de donde salió sangre y agua. Sepultura. Descenso a los infiernos para hacer realidad de vida eterna lo que estaba oculto en la noche de la muerte. La sorpresa maravillada de las mujeres porque en la tumba no encuentran el cuerpo sepultado de Jesús. ¿Dónde lo habéis puesto? Muerto el que es la Vida, triunfante se levanta. Tras la carrera primera de María Magdalena y las mujeres, corremos con Pedro y el otro discípulo. Vieron y creyeron. Vendas en el suelo, el sudario recogido, enrollado en un sitio aparte. ¿Cómo es posible? Nada de lo que esperaban encontrar. Entonces, sólo entonces, entendieron la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Participando de la sangre y del agua que salen del costado de Cristo, también nosotros hemos resucitado con él. Hoy nuestra vida es otra. Va a ser otra. Ya no viviremos esperanzados o no según el albur de los momentos. Se nos da en-esperanza el cielo. ¿Por qué en-esperanza? Porque no algo episódico, sino que se nos ha donado un nuevo modo de ser. Por la gracia del Resucitado viviremos a partir de hoy como habitantes del cielo. No en una esperancilla que va y viene, según. Sino que lo nuestro será un asombroso vivir en-esperanza. De tal manera seremos a partir de este día de la Pascua del Señor que, estando todavía acá, viviremos allá, en el cielo. Con un vivir de realidad, por más que sea en-esperanza. Estando acá, habitantes de allá. Redimidos del pecado y de la muerte. En-esperanza, nuestro ser es del cielo. Nuestro ser vive ahora de la certeza del cielo. Hemos sido acogidos por el seno de misericordia de Dios. En-esperanza de la Ascensión. El modo de nuestro ser anhela aquel su lugar, la eternidad en donde habita la Trinidad Santísima, allá donde ahora la carne resucitada de Jesús, el Hijo de Dios, nos prepara morada. Lugar de exceso. Allá, la carne resucitada de Cristo encarnado llevó consigo la temporalidad, preparando sitio para nuestra carne. Todo es gracia.
Por eso, nosotros ahora somos otros. Vivimos en otro lugar. Lugar de Dios. Junto a la cruz de Cristo se nos abre el camino del cielo. Y, como Jacob, vemos a los ángeles bajar y subir hasta lo alto. Todo es gracia. Librados del pecado y de la muerte, nuestro modo de ser recobra la originalidad de su naturaleza. Naturaleza de donación de Dios. A su imagen y semejanza. Así pues, decir que vivimos esperanzados es apenas nada, porque vivimos en-esperanza. Todo se nos ha dado, cuando fuimos creados, cuando somos redimidos, y todo lo vivimos ya en-esperanza.
No es un cambio de mentalidad ni una conversión a diversos quehaceres, distintos y mejores. Es un modo nuevo de ser. Ya no buscaremos ser como dioses, al modo del engaño en que caímos desde el mismo comienzo. En seguimiento de Jesús, el cual se nos da sólo en la vecindad de la cruz, nuestro modo de ser está para siempre donde se encuentra la carne resucitada, en el seno mismo de Dios. Por esto, sin que haya cambiado nuestra pinta, somos otros. Porque vivimos en el cielo, cuyas puertas nos abrió el Resucitado, en donde nuestro ser se nos regala con toda la fuerza del en-esperanza.