El evangelista san Lucas en su manera de construir lo que narra tiene una fuerza arrebatadora. Nunca podremos olvidarnos de los discípulos de Emaús. Por siempre caminaremos con ellos. Por siempre discutiremos entre nosotros, mientras vamos de camino, sin saber quién se allega a nuestro paso. Tan enfrascados estamos en lo nuestro. Y es verdad que también nosotros hablamos de quien ha de venir, pero concretamos en que, tras el espectáculo de la cruz, todo había quedado en nada. Teníamos clara la liberación que Jesús nos traía, y hemos visto como fracaso inapelable y picante el fin de la cruz. No entendemos la manera en que antes le seguíamos, llena de esperanzas que se han revelado meras esperancillas, puesto que allá le dejamos, viéndole desde lejos, claro, asuetos y relinchando ante el fracaso en el que nos hemos engañado. Todo no fue sino pura falsedad; pura mala interpretación. Fracaso sin tiento. Es verdad que algunas mujeres, coplosas ellas, dicen esto y lo otro, pero ¿quién en su sano juicio de racionalidad podrá darles oído?
La respuesta de Jesús sorprende. Podía habérseles presentado como el Resucitado. Pero no, no lo hace así. Quizá no lo hubiéramos aceptado, imposibles de comprenderlo. ¡Bah, se ven cosas tan raras! Por eso, Jesús —el evangelista le sigue llamando Jesús— les explica el anuncio de los profetas, para que vean cómo lo que ha sido era necesario. Curioso que Lucas escoja esta palabra: era necesario. Había un discurrir de la historia de la salvación con el pueblo elegido, y ahí es donde se ha dado la acción de Dios. Porque la Escritura se refería a él, y todo lo que ella decía se ha cumplido, como gritó Jesús en la cruz. Se ha cumplido la voluntad de salvación de Dios, planeada desde antiguo. Por eso podemos decir que ahora se nos dona un nuevo ser. Ser en-esperanza. Ser de gracia. Ser que sigue nuestra verdadera naturaleza. Al comienzo, el Engañador nos engatusó con sus explicaciones, prodigio de malas artes. Ahora, Jesús con tierna sonrisa nos explica el desarrollo del conjunto ordenado por Dios Padre en su inmensa compasión y gracia, para que comprendamos. Oficio de comprender. Quédate con nosotros, que contigo todo lo comenzamos a discernir. Se nos hacen plausibles lo que creíamos coploserías de aquellas mujeres que se dejaron llevar por lo que suponíamos era sólo su enorme pena.
Mas falta aún lo más importante. Lo decisivo. Sentados a la mesa con nosotros, toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y nos lo da. Y en ese momento se nos abren los ojos. La sacramentalidad del pan y del vino, la sacramentalidad de la carne, hace que veamos con claridad lo que no acertábamos a percibir. Explicación de gesto y de palabra. Explicación del signo de realidad. Ay, no le comprendíamos cuando lo teníamos al lado, caminando con nosotros, pero ahora sí, cuando se nos da como alimento en este pan y este vino que prepara y come con nosotros. Entonces vemos toda la gracia del sacrificio de la cruz. Ya no son puras palabras, sino signo sacrificial. En ese gesto de romper el pan, se nos da como comida, se reparte con nosotros, busca que hagamos como él: haced esto en memoria mía. Siempre seremos discípulo de Emaús, y siempre Jesús partirá su pan con nosotros.
No tengo ni plata ni oro, pero te doy lo que tengo: hecha a andar tú también en nombre de Jesucristo. Come de su pan. Porque todo es gracia.