Porque, sí, es verdad, esta gente nuestra no se calla, aunque les cueste la vida. Tienen un buen maestro a quien parecerse. Y todo es gracia. Nos podrán prohibir el hablar. Podrán amordazar nuestros labios. Podrán ridiculizarnos y reducirnos a la irrisión. Pero nuestro silencio es sólo el del Sábado Santo. Silencio en espera de que el Señor fortalezca nuestro nuevo ser, que nos vaya ayudando a llegar hasta nuestro ser en plenitud, que en él nos es donado. Y esto lo vivimos en-esperanza. Porque siempre, como leemos hoy en el evangelio de Marcos, una María Magdalena vendrá a anunciarnos que Jesús está vivo y que lo ha visto. Siempre encontraremos testigos que nos lleven de su mano; que fortalezcan la nuestra. Porque todo es gracia. Puede que de primeras no nos crean, pero poco a poco, de boca a oído, no en grandes algaradas, nuestra buena noticia se extenderá en los corazones. Porque todo es gracia. ¿Nos echará en cara nuestra incredulidad el Señor? Puede, porque vivir en-esperanza, permaneciendo acá, aunque siendo ya habitantes del cielo, es plato duro. Aunque todo es gracia.
Le pedimos al Padre que mire con amor a los que ha elegido como miembros de la Iglesia, para que renacidos ya del agua que sale del costado de Cristo, alimentados de su carne —este es mi cuerpo, esta es mi sangre—, obtengamos también la resurrección gloriosa. En-esperanza la vivimos ya, somos habitantes del cielo. Mas aún nos falta para llegar a la plenitud de los bienaventurados. Aunque todo es gracia. Porque él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante su Padre, que ahora ya es también nuestro Padre. Porque él quiso ser a la vez sacerdote, víctima y altar. Por eso, como todo es gracia, vivimos la vida que nos toca, la de todos los días, en-esperanza. El amor de Dios nos envuelve con la misericordia que nos ha redimido de la muerte y del pecado. Todo se nos da en la cruz del Cristo y en el silencio del Sábado Santo, para explotar en la alegría celeste de la Pascua. ¿Importarán los chismorreos contra su Iglesia, no más que trasunto de los que a él le rodearon?, ¿dejaremos de aprender de él que se dejó hacer sin chistar, colgante en la cruz?, ¿no perdonaremos nosotros a quienes nos calumnian y persiguen? Todo esto, sin duda, lo vivimos ya en-esperanza. Pero no es cosa fácil ser como él y estar en donde él está. Sólo, pues todo es gracia.
En-esperanza, vivimos una realidad de amor. ¿Será fácil perdonar a quienes nos insultan y calumnian, aunque estén también ellos crucificados junto a nosotros? Y la vivimos porque esa esperanza nos es donada. Por eso, vivimos inmersos en ella. Liberados del pecado y de la muerte, aunque todavía en este acá a veces acongojante. Liberados, pero en pura fragilidad. Llevamos nuestro tesoro escondido en vasos de barro. Porque todo es gracia. Nadie se crea más de lo que es, pues apenas si es una nada cuando no se le da su ser en-esperanza. Ser nuevo, viviendo ya desde ahora nuestro ser en plenitud. Porque nuestro destino es el cielo. Ya que todo es gracia. Nuestro sacerdote es Cristo Jesús. Él mismo es nuestra víctima, la que ofrecemos por nuestros pecados. Y también el altar sobre el que es inmolado. En él se cumple la Escritura. Recordad el sacrificio de Isaac. Todo se ha cumplido. Pues todo es gracia.