Ayer todos los seguidores del Real Madrid estaban llenos de optimismo (a mi me da igual eso del fútbol, lo reconozco). Hoy es un día de decepción y de alegría para los seguidores del Barcelona, mientras que los del Madrid miran para otro lado. El partido fue muy malo, como en casi todo lo mejor es el comentario: “Así no se puede” “Jugando de esa manera no se gana” “El entrenador tiene que cambiar” etc. etc. Y es que una vez que se conoce el resultado se actúa de otra manera. El que ayer era un ídolo hoy es un demonio. Con el resultado en la mano todo el mundo habría acertado la quiniela.
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» ¡Ay, Tomás, Tomás! Incredulillo. Nosotros que ya sabemos que Cristo ha resucitado le miramos como con cierta pena. ¿Cómo no te dabas cuenta de lo que todo el mundo sabía? ¿Por qué no te fiabas de los apóstoles? ¡Ay, Tomás, Tomás!. Eso cuando conocemos el final del Evangelio es muy fácil decirlo, lo que tal vez no sea tan sencillo de afirmar es que nosotros no haremos como Tomás. Muchos, al menso yo, somos un poco Tomás, incluso peores que él pues nosotros sí tenemos la certeza de la resurrección. Sin embargo muchas veces nos cuesta creer. No nos es difícil creer en un Dios etéreo, volátil, lejano, en un “algo habrá”. Pero el llegar a decir “Señor mío y Dios mío” es un paso más allá. Es hacernos testigos de la resurrección de Cristo como lo fue Juan: “Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús.” Pero cuántas veces a nosotros nos levanta uno una ceja por decir el nombre de Jesús y nos escondemos como conejillos de indias en su madriguera. En esta Pascua, en este último día de la octava, tenemos que pedir al Señor la alegría y la fortaleza. El poder escuchar al Señor Jesús que nos dice: «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo.» Tenemos que perder el miedo a hablar de Cristo, a anunciar a Jesús en toda su realidad. Sabemos el resultado y es su victoria y nuestra victoria. ¿Quién del Barcelona se quedará hoy en casa por miedo a hablar de fútbol? Pues nosotros no tengamos miedo a hablar de Cristo, hablamos del campeón, del que ya a vencido, del Dios nuestro y Señor nuestro.
Hoy es el Domingo de la Divina Misericordia, misericordia que tapa nuestra cobardías y complejos, a la que aferrarnos y no soltarnos nunca. Dios nos ama aunque seamos un poco Tomás, a pesar de nuestras cobardías, y eso nos tiene que llenar de ánimo.
Pidámosle hoy a nuestra Madre la Virgen por toda la Iglesia, en especial por Polonia en estos momentos difíciles. Que ella nos ampare y nos congregue, como testigos, bajo la Misericordia de Dios.