Esto de no ser doctor en Teología, licenciado por la Universidad Laterana ni haber hecho un master en psicopedagogía te da mucha libertad. Tienes la libertad de mostrarte ignorante donde sea, e incluso llegar más allá de la filosofía. Si Sócrates dijo: “Sólo sé que no sé nada”, yo podría decir: “Sólo sé que cada vez sé menos.” El otro día pude mostrar mi ignorancia. Charlando con un chaval de 19 años, que ha pasado los últimos encerrado en centros de menores, con el pelo lleno de trenzas y unos cuantos tatuajes amenazadores, me dice que esta leyendo la Biblia y que ya es hora de cambiar de vida. Ingenuo de mi se me ocurre preguntarle que trozo de la Biblia le estaba gustando más. Estoy convencido que si se lo pregunto al 97 % de la población católica me diría que “lo de la Navidad” “La Pasión” “lo del hijo pródigo” “El paso del mar Rojo”, alguna generalidad así. Este chaval me mira y me dice con toda naturalidad: “Me gusta Hebreos 13, 3”. Entonces yo, el sacerdote, el que ha estudiado la Biblia, el que todos los días dedica a leerla, el que la cita en homilías, charlas y momentos de dirección espiritual, entonces, me quedé mirándole con cara de sapo disecado. No tenía ni idea de qué va Hebreos 13, 3. Fue tan palpable mi cara de ignorancia que me dijo: “Sí, hombre sí, donde dice: “Acordaos de los presos como si vosotros estuvieseis presos con ellos”. Aunque también me gusta Apocalipsis 7, 12 (que se lo había tatuado en el pecho), y de los salmos el 15, el 24, el… . Total, que este chaval conocía la Biblia mucho mejor que yo.
“Nicodemo le pregunta: – ¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?” Gracias a Dios otro “doctor de la Ley” muestra su ignorancia, ya no me siento tan bicho raro. Y la verdad es que en ocasiones tendríamos que ser algo más ignorantes. Los días de Pascua son días de sorpresa, de dejarse sorprender por Dios. “El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.” En ocasiones tenemos que tener las cosas tan atadas, dar respuesta a todos nuestros interrogantes, tenerlo todo tan bajo control, que nos perdemos las maravillas de Dios. las que hace en nosotros y en otros. Cuando se nos rompen los planes, las cosas no salen como queremos, nos viene una enfermedad o hemos perdido algo que creíamos fundamental: Seguro que ahí Dios tiene algo que decirnos si sabemos escucharle. Cuando escuchamos a los demás, y muchas veces a los que catalogamos como más pobres o ignorantes, seguro que Dios tiene algo que decirnos. Cuando somos fieles a nuestro rato de oración, aunque nos parezca cada día igual y del que no sacamos casi nada, seguro que Dios tiene algo que decirnos.
No queramos encasillar a Dios, al que hizo “el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen”, dejémonos sorprender por Dios y por la Iglesia (a los que muchos ya tildan, etiquetan y desprecian pues no quieren que les sorprenda), y descubramos las maravillas de Dios en nuestra vida.
Nuestra Madre la Virgen es la que se deja sorprender una y otra vez. Es la sabia ignorante pues sólo quería saber lo que Dios le mostraba… ¡y fue tanto!. Que ella nos ayude a dejarnos sorprender y nos anime a anunciar con valentía la palabra de Dios (aunque no nos la sepamos de memoria).