Llevo unos días con ciertos problemas informáticos. Una serie de conflictos entre unos programas y otros, algún troyano y cierta rivalidad entre el software y el hardware. No soy un experto en informática, simplemente soy un “tocón” y dedicándome a prueba-error, prueba-error, error, error, error, prueba, parece que esta mañana ya lo he solucionado. No me ha quitado una hora de sueño, hace tiempo decidí que el ordenador y yo por la noche lo mejor que podíamos hacer era dormir. ¿Qué le pasaba al ordenador? Y yo qué sé, simplemente funciona. Lo de prueba-error se puede hacer con las cosas (con el riesgo de estropearlas del todo), pero nunca con la fe.
«Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.» Nicodemo parece que se entera de poco, más bien de nada. Pero estará allí al final, cuando casi todos huyeron. Hoy hay mucha gente que da su opinión, que escribe Blogs, Blugs, comentarios y demás. Es bueno que haya variedad, pero no podemos aferrarnos a nuestras pruebas y errores. Muchos vuelcan en la fe no su amor a Jesucristo y a la Iglesia, sino que se dedican a ejercer de Papas, teólogos, Obispos y sabios desde la cátedra de su teclado.
Hay que aprender a escuchar a Cristo. “De lo que sabemos hablamos”. Y a Cristo se le escucha en la Iglesia. Algunos lo considerarán sometimiento o borreguismo, yo lo considero el lugar privilegiado donde Cristo habla y es escuchado. El bautizado que se sitúa fuera de la Iglesia suele escuchar la voz de Dios distorsionada por el eco de su soberbia, y lo que es una voz clara y nítida se convierte en un ruido incomprensible.
“¿No lo entiendes?” Ojalá el Señor nos dijese una y mil veces esas palabras. Porque es verdad que no llegamos a entender lo insondable del amor y la misericordia de Dios. Cuando uno quiere llevar siempre razón, explicarlo todo desde sí, no dejar ningún resquicio al Misterio, no se pone de rodillas ante Dios, entonces no sólo lo entiende mal, sino que lo explica peor. No es una cuestión de líneas, sensibilidades o carismas eclesiales. Es una cuestión de soberbia o humildad. Cuando uno sabe que la fe la ha recibido no se hace dueño de ella, la vive y la comparte. “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado.” Ni el Papa es dueño del depósito de la fe, pero hoy por hoy, no le falta valentía para proclamarla y guardarla, a pesar de todos los ataques que sufre.
¿No lo entendemos todo? Pues no, pero eso no significa que no podamos mirar a Cristo crucificado y resucitado y dejarnos querer por Él, atraer por Él y escuchar su voz en comunión con el Papa y con la Iglesia. Que Santa María, Madre de la Iglesia, ayude al papa y nos ayude a nosotros a ayudarle y no ponerle zancadillas. En la Iglesia el hardware y el software no entran nunca en conflicto.