Mucho se habla de los sacerdotes estos días, y son muchos los que hablan. Casi ninguno para bien. Descubrir un tumor nunca es plato de buen gusto y hay que extirparlo cuanto antes, y cuanto más pequeño sea mejor. Como sacerdote siento vergüenza y humillación, aunque no por mi, que sé que soy capaz de cualquier barbaridad si abandono a Dios, sino por el amor de Dios derramado en balde. En ocasiones “Dios escribe derecho con renglones torcidos”, y de tanta dolor y barbarie en la Iglesia y en el mundo, saque cosas positivas. La primera, la que podemos contemplar hoy sábado tranquilamente, es el amor al sacerdocio.
“Eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía, Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando”. Aquí están los primeros diáconos, para nosotros el primer paso al sacerdocio. Hombres llenos de fe y de Espíritu Santo. Si s cierto que uno nunca está preparado para recibir los dones de Dios, lo estamos mucho menos para le sacerdocio. ¿Quién podría arrogarse el querer actuar en nombre de Cristo sacerdote? Sería una desfachatez, una señal clara de falta de vocación. Por eso hay que pedir al Señor que en los seminarios se cultive la fe y el trato asiduo con el Espíritu Santo. ¿eso seguro que se hará en todos! pensará alguno. Déjeme una puerta abierta a la duda. Creo que en ocasiones estamos tan preocupados de planes pastorales, líneas de acción, proyectos personales y comunitarios, objetivos, métodos y demás zarandajas que se nos olvida que el sacerdote debe ser un hombre de fe. Aunque todo se ponga en contra, aunque estés en una parroquia que no te gusta, aunque te sientas en ocasiones solo o desanimado, aunque te mueras de sueño o te sientas sin fuerzas… sólo tienes que anunciar a Cristo en su Iglesia. Y al igual: aunque te mueras de éxito, la gente te aplauda por la calle, hagan la ola durante tus sermones, tengas una parroquia comodísima … sólo tienes que anunciar a Cristo en su Iglesia (y en esta situación suele ser más difícil que desde la pobreza). Y hay que tratar al Espíritu Santo: cuando te levantas por la mañana, antes y durante la celebración de la Misa, al sentarte a confesar, al escuchar a otra persona, al tratar con los que vienen a pedir a Cáritas, al entrar los niños a la catequesis, antes de ponerte a escribir, durante una clase, en la comida, el aperitivo, la cena, al ver una película y antes de irse a dormir. Tratar todo el día al Espíritu Santo pues todo lo nuestro es prestado. Si triunfamos: Gracias a Dios. Si fracasamos: Gracias a Dios y a seguir adelante.
“Cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo: – «Soy yo, no temáis.»” A pesar de todo lo anterior en la vida puede haber momentos de oscuridad, de miedos, de temores, de sentirse abandonado y despreciado. Por eso el hombre ha de ser un hombre de Eucaristía. Cuando existe alguna duda o alguna decepción, se agarra uno a la Hostia y dice: Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte. Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; nada es más verdadero que esta palabra de verdad. En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.” y a seguir para adelante, con la ayuda de sus feligreses, de sus amigos sacerdotes, de su obispo y de nuestra Madre la Virgen. Sacerdotes a rezar y rezar por los sacerdotes.