En nuestro barracón parroquial no es que haya muchas bodas, es más, todavía no se ha casado nadie pero eso lo arreglamos a finales del mes que viene, pero hablamos con muchos novios. La gran mayoría ya viven juntos, van poniendo su vida a prueba como si un poco espacio de tiempo garantizase la fidelidad futura si no se asientan en la verdadera roca que sostiene el amor humano y divino. Al vivir juntos tienen la conciencia (de esa todavía queda), de que no lo están haciendo bien, incluso se ríen un poco cuando dicen que “viven en pecado”. Esa conciencia de estar haciendolo mal les lleva en muchos casos a apartarse de Dios. Una cosa es hacer las cosas mal y otras que te lo recuerden. Se apartan y se quedan rezando algo, se olvidan de ir a Misa, por supuesto la confesión se cae de la lista de los sacramentos y se busca una especie de bondad natural que todo el mundo acepte. Pero tienen que hacer el cursillo -ya que lo están haciendo mal no van a hacerlo mal también casándose por lo civil, vienen a la Iglesia-, y al menso en mi parroquia tenemos un encuentro personal con ellos, de dos horas o más, en el que hablamos principalmente de Dios. y no resulta un tema aburrido, ni controvertido, ni polémico. Suelen escuchar, preguntar lo que quieran y se suelen ir contentos, planteándose cosas. Y es que, por mucho que quiera taparse, el mundo tienen hambre y sed de Dios.
«Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Ahora nos quieren poner muchos sustitutos de Dios, cosas o personas que llenen el corazón: ídolos de la música o del deporte, cosas, aparatos, bienestar, placeres …, pero en el fondo todos sabemos que eso nos deja vacíos, que tenemos sed de más, y todo eso no llena el corazón. Podemos ser “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos!” y resistirnos con todas nuestras fuerzas al Espíritu Santo; pero en el fondo del alma siempre está el hambre de Dios, de Aquel que llena plenamente nuestra vida.
«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.» Hay que ir hacia Cristo. Él ya vino, se encarnó de las entrañas de María y dio el paso que era imposible para ninguno de nosotros. Desde entonces Dios es un Dios alcanzable, pero tenemos que dar el paso de ir hacia Él. Muchos necesitan un empujón, el aliento de nuestra palabra, la coherencia de nuestra vida, nuestra alegría y esperanza. Muchas veces me dicen los jóvenes que les gusta venir a la parroquia porque hay mucha gente joven como ellos, en otras se encuentran un poco desplazados. Hay gente joven porque es un barrio joven (ya envejeceremos y echaremos tripa), pero que una parroquia tenga una población entrada en años no significa que tenga que ser una parroquia vieja, aburrida, hastiada, cansada y triste. Tenemos que buscar la juventud de la Iglesia. Muchos nos señalarán las arrugas y las patas de gallo, pero mostremos un espíritu -don del Espíritu Santo-, joven, esperanzado, lleno de vida y esperanza. Y este se consigue cuando la parroquia nace y se nutre de la Eucaristía, bien celebrada, con verdadero cariño. El alimento nuevo hace personas nuevas.
Que María nuestra Madre nos conceda ser siempre jóvenes para saciar el hambre y la sed de tantos que buscan y no encuentran.