¡Haya paz! Esta vez no voy a escribir del barracón, ni del proyecto de la nueva parroquia, ni de las licencias municipales. Tal vez eso sea construir un edificio, pero lo que toca es construir la Iglesia. Ayer tuvieron un mini-retiro (de una tarde), seis de los jóvenes que se van a confirmar dentro de un mes. Como buenos jóvenes les costó el silencio, el acallarse un poco por fuera y por dentro y dejar hablar a Dios. Sin embargo unos ratitos lo consiguieron. Tal vez sería mejor que la parroquia pareciese un convento de Cartujos en los que el silencio, el recogimiento y el ambiente elevasen el espíritu hacia las realidades últimas. Pero es difícil cuando estás predicando una meditación y entra una niña de cinco años sin dientes y se esconde detrás del tercer banco, mientras su padre la busca. Tal vez sería deseable que todos saliesen de una tarde de retiro pensando en irse al seminario o meterse a Carmelitas y no tomando una Coca-Cola en un bar, pero no es fácil cuando han quedado con amigos a las once de la noche para tomar algo. Serían deseables muchas cosas, que el mundo fuese de otra, manera que los gobernantes no atacaran a la Iglesia, que los sacerdotes fuéramos ejemplo de virtud,… pero en el mundo en el que estamos es donde hay que difundir el Evangelio y dar a conocer a Cristo.
“En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.” Esa paz a la que se refiere el libro de los Hechos sabemos que no se refiere a la paz exterior, los cristianos no eran bien vistos y Pablo no sería el único que perseguiría con saña a la Iglesia. Pienso que más bien se refiere a la paz interna (la que tanto nos falta ahora), que hacía que cada uno, en su sitio y en su mundo, fuesen fieles al Señor. Los milagros que acompañaban a Pedro, las curaciones de Eneas y Tabita nos recuerdan que el Evangelio se propagaba y se vivía de uno en uno, de persona en persona. La Iglesia crece ladrillo a ladrillo, persona a persona, fidelidad a fidelidad.
“En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: – «¿Esto os hace vacilar?, (…) Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: – «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: – «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»” La adhesión a Cristo es personal, de cada uno y todos juntos formamos una comunidad. Cada joven de confirmación, cada niño que se prepara a la primera Comunión, cada padre de familia, cada uno de los que asisten a la Misa, cada sacerdote de la parroquia, tenemos que decir -cada día-, un sí al Señor. Las desafecciones también existirán, algunos se irán y tal vez vuelvan, pero sin la fidelidad de cada uno no puede construirse la Iglesia (ni la parroquia). El Espíritu es el que da vida y tenemos que acogerlo cada uno, personalmente.
Ojalá cada uno de nosotros decida dar un sí firme y claro al Señor, ojalá ayudemos a otros, que tal vez vacilan más en su fe, a decir ese sí con confianza. Ojalá seamos apoyo y fortaleza de los más débiles, pero siempre sabiendo que de nuestra fidelidad depende la fidelidad de la Iglesia entera.
Nuestra madre la Virgen, Madre de la Iglesia, nos quiere a cada uno y nos quiere como familia. Ojalá cada uno, piedras vivas, entremos a formar parte de esta maravillosa realidad que es la Iglesia y nos sintamos responsables de ella.