San Pablo no quiere de ninguna manera vivir de su predicación, lo que, sin embargo, reclama como derecho. Tiene oficio, y lo ejerce. Acudía a las sinagogas para discutir, y predicaba a judíos y griegos. En el camino de sus viajes se dedica por entero a la Palabra, lo que significa, como nos señala el propio texto, testimoniar ante los judíos que Jesús era el Mesías. Pero al ver que reaccionaban con blasfemias, fue a los paganos. Ya sabemos esta tensión terrible de la primera Iglesia. De tal manera se cumplía el salmo: el Señor revela a las naciones su salvación. Busca que su predicación llene la tierra, llegando hasta sus confines, los cuales, así, contemplarán la victoria de nuestro Dios. Pero Pablo, allá donde se encuentre, nunca dejará de ir primero a sus hermanos de raza.

Los discípulos entienden como galimatías las palabras de Jesús que nos transmite el evangelio de Juan. Dentro de un poco, ya no me veréis; dentro de otro poco, me veréis. Como tantas veces lo comentan entre ellos. ¿Qué significa ese poco? No sabemos de qué habla. Pero, una vez más, aunque no se dirijan a él, Jesús comprende lo que querían preguntarle. ¿Por qué ese pudor de los discípulos para interrogar a Jesús? ¿Tan poco entienden de él?, ¿tan en demasía lo respetan que se quedan en su lejanía? Jesús quiere hacerles ver dos cosas imposibles para ellos: la subida y la muerte en cruz, y la bajada del Espíritu a sus carnes, donde pondrá su morada. Pero en ambos casos habrá de darse en primer lugar un alejamiento de Jesús. Primero, porque ellos —con la excepción de algunas mujeres, entre las que se encontraba su madre, y el discípulo al que tanto quería, apenas si un jovenzuelo que todavía se movía entre las mujeres, recuérdese la división tajante entre hombres y mujeres en la sociedad judía— no supieron acercarse a la cruz, ni comprender su sufrimiento redentor, cuando buscaban ser soldados y jefes del inminente ejército de liberación. Y, en segundo lugar, porque tardarán en comprender eso de que es necesario que él se vaya, ascendiendo a la derecha del Padre, para que su Espíritu venga a morar en ellos.
Los caminos del Señor fueron tan distintos de los que ellos habían imaginado y que deseaban con tanto ardor, cuando su razón se había volcado al papel que a ellos les iba a corresponder en el futuro reino adviniente, que tardaron en comprender. Mas el Señor emplea con ellos una pedagogía que vuelca su deseo y la razón de sus vidas a caminos nuevos. Se les abren los ojos cuando perciben, casi entre los gritos del Resucitado, que no es un fantasma: Soy yo. Y entonces, como aparece en boca del discípulo al que tanto quería, comienzan a comprender: Es él. Es el Señor. Lo comprenden cuando rompe el pan para ellos. Cuando calienta su corazón con el juego de su amor. Cuando les pide marchar a Galilea, donde comenzará su vida de anuncio. Cuando les disperse por el ancho mundo, hasta alcanzar sus confines. Cuando lleguen con su predicación al corazón del mundo. El caminar de Pablo y de Pedro es un dar vueltas y vueltas preparando la entrada final en la ciudad-capital del Imperio, Roma, donde darán su vida por Cristo. Ah, les anuncia Jesús, pero en los mientrastanto de los caminos de la vida lloraréis y os lamentaréis, y el mundo estará alegre. Mas no tengáis miedo: vuestra tristeza se convertirá en alegría.